(dpa) – El «Samur» no parece encajar en el paisaje caribeño. El barco, que se balancea pesadamente sobre las olas, se vería mejor en Asia.
De hecho, este junco, hecho de teca y caoba y con una gran cantidad de detalles tallados a mano, se construyó en Tailandia hace más de 40 años como casa flotante para un trotamundos adinerado.
¿Cómo llegó este barco a la isla neerlandesa de Bonaire, en el extremo sur del mar Caribe, a 17.000 kilómetros en línea recta y aún a más millas náuticas de Tailandia? Ya no está tan claro.
Urs Schultheiss, de 23 años, tiene la mitad de los años del barco, pero es un avezado navegante. El joven de rizos rubios y bronceado por el sol nació en Gran Canaria. Cuando tenía cuatro meses, sus padres, ciudadanos suizos con fuertes ansias de viajar, se lo llevaron al Caribe en catamarán.
El trío desembarcó en Bonaire, se enamoró de la isla de corales frente a la costa de Venezuela y se quedó.
El padre llegó al «Samur» más bien por casualidad, según cuenta Urs con una sonrisa. «Tras una noche de charla animada y alcohol, firmó el contrato de compra», detalla.
El joven no especifica si durante la velada se bebió «rum punch». El cóctel tropical y refrescante es omnipresente en la paradisíaca isla y también se sirve en abundancia en el viaje con el «Samur», aunque solo en el tramo de regreso.
La playa sin nombre
La travesía desde la ciudad principal de Kralendijk, con sus casas coloniales neerlandesas rojas, amarillas o moradas, hasta la isla de Klein Bonaire (Pequeña Bonaire) dura media hora.
En el islote deshabitado frente a la costa occidental de la isla caribeña no hay vendedores de souvenirs ni emprendedores que alquilen tumbonas de playa. Ni siquiera hay un bar.
En cambio, abundan las iguanas, que se retiran rápidamente a la maleza ante la presencia de los turistas, que llegan hasta aquí en taxi acuático. La «playa sin nombre» es considerada por algunos como una de las más bellas del Caribe.
Esta reputación es merecida: la arena es tan blanca que el sol de mediodía hace daño a la vista, y el mar, que brilla en todas las tonalidades de azul, es tan cristalino que se pueden ver multitudes de criaturas marinas incluso vadeando el agua.
Nadar sobre corales con la corriente
El mar que rodea Bonaire es uno de los mejores lugares del Caribe para bucear. Es especialmente bello en la costa de Klein Bonaire, de solo seis kilómetros cuadrados y con un maravilloso mundo submarino, que ha sido protegido con éxito contra todo intento de apropiación.
No se necesita equipo de submarinismo para ver tortugas marinas, peces loro o peces ángel. Basta con un tubo y unas gafas de bucear.
En un determinado momento, la tripulación del «Samur» nos deja en el mar y nos vuelve a recoger una hora más tarde en la playa sin nombre. El resto lo hace la corriente, que nos lleva sobre corales de piedra y abanico. Se acerca un cardumen de curiosos peces damisela, mientras los pargos y roncadores buscan comida en el fondo arenoso. De repente, de la nada, aparecen pequeñísimos peces en todo su esplendor.
Urs conoce las zonas de buceo como la palma de su mano. Cuando no está al timón del junco de vela roja, que se impulsa con un motor de seis cilindros en los momentos de calma, él mismo bucea, preferiblemente en el punto de inmersión «1000 Steps» (escalones).
Seguramente otras islas del Caribe tienen playas más extensas. «Pero, ¿dónde se puede encontrar un mundo submarino tan paradisíaco?», pregunta Urs, aunque por supuesto, para él, la respuesta está clara.
La basura de los mares
A diferencia de sus vecinos más populosos, Aruba y Curaçao, que hoy son en gran medida autónomos, Bonaire, como antigua colonia, sigue estrechamente vinculada a los Países Bajos y ostenta el estatus de «municipio especial».
Los súbditos caribeños del rey Guillermo Alejandro parecen muy contentos de formar parte de los Países Bajos. «Estamos mejor que otras islas caribeñas», dice Uta, que se ha instalado en Bonaire.
Junto con unos amigos, va regularmente a la costa este, donde el mar azota la isla con gran fuerza. Allí donde según la leyenda hace sus travesuras la sirena Mamparia Cutu, los jóvenes recogen la basura que quedó de algún festejo o que llegó arrastrada por el mar hasta aquí: botellas y bolsas de plástico, restos de neumáticos de coche, pequeños trozos de plástico.
«En los últimos años aumentó mucho», comenta la ecologista, que quiere concientizar sobre la protección de las costas y los arrecifes. Al fin y al cabo, también las generaciones futuras deberían tener la posibilidad de disfrutar de este paraíso acuático.
Informaciones:
La isla caribeña es un destino turístico durante todo el año debido a su clima tropical seco. La temperatura ambiente oscila entre los 28 y 33 grados y la del agua entre 26 y 29 grados.
Bonaire cuenta con hoteles principalmente en la ciudad de Kralendijk y a lo largo de la carretera costera hacia el sur. También hay cabañas de vacaciones y albergues con desayuno. La moneda es el dólar estadounidense.
Por Roswitha Bruder-Pasewald (dpa)