(dpa) – Ronnie Chatah es algo así como el embajador turístico no oficial de Beirut. Casi nadie conoce la cambiante historia de la capital libanesa tan bien como él. Su brillo, su alegría de vivir, su locura, sus abismos, Ronnie Chatah los experimentó todos dolorosamente.
(Una) historia libanesa
Cuando Chatah ofreció en 2006 su primer visita guiada a pie («walking tour») para turistas en Beirut, solo se presentó una persona debido a la guerra en el Líbano de ese verano.
Hizbolá había secuestrado a dos soldados israelíes, por lo que Israel lanzó ataques aéreos contra la milicia y bombardeó también objetivos en el Líbano. Chatah volvió a suspender el paseo.
Tres años después, este historiador hizo un nuevo intento en vista de que la situación se había calmado. Otra vez se presentó solo una persona, pero rápidamente empezaron a venir más. Pronto se presentaban hasta 50 personas varias veces a la semana.
«Puse mucho esfuerzo para que todo aquel que visitara Beirut pudiera participar», relata Chatah. En aquel entonces era el único que ofrecía visitas guiadas a pie por la ciudad.
Entonces llegó el año 2013. La situación en materia de seguridad volvió a empeorar. A fines de diciembre, el padre de Chatah, ex ministro de Finanzas, fue asesinado con un coche bomba. Ronnie dejó el Líbano y se fue a Escocia. Pasarían cuatro años hasta su vuelta.
Una ciudad fiestera en un país en crisis
Hoy en día se puede encontrar a Ronnie Chatah, por ejemplo, en el barrio de moda Mar Mikhael y no parece que este hombre de 40 años esté amargado. Aún quiere seguir mostrando al mundo su ciudad.
Asegura que la única razón por la que sigue en el Líbano son las visitas guiadas. «Se convirtieron en un tributo a todos aquellos que dieron su vida por este país». Como su padre.
Hubo una época en la que Beirut era considerada «el París del Cercano Oriente», una ciudad elegante de la jet set junto al Mediterráneo. Luego estalló la guerra civil. Eso fue en 1975.
Las hostilidades duraron 15 años. La ciudad fue destruida y reconstruida, pero en el Líbano la paz siempre hace visitas cortas: atentados, Revolución de los Cedros, guerra de verano.
Así y todo, Beirut mantuvo su fama de ciudad fiestera en la que se celebra la vida como en ningún otro lugar de la región.
La guerra como atracción
Esta aparente contradicción, esta tensión marcan una visita a la ciudad. Aquello que en los viajes se describe como «hacer turismo» en Beirut puede llevar a lugares oscuros.
Hasta hoy día, en el centro se alza al cielo un grotesco esqueleto de concreto, agujereado con impactos de granadas: es el antiguo «Holiday Inn».
El hotel de lujo fue saqueado en la guerra civil y ocupado por diferentes milicias en el transcurso del conflicto. Estaba ubicado estratégicamente y era ideal para francotiradores.
En el centro con sus rascacielos tuvo lugar en los primeros tres años la «batalla de los hoteles». Los visitantes extranjeros de la actualidad ya no lo perciben.
Se hicieron inversiones multimillonarias. Las grandes marcas abrieron tiendas allí. El Beirut Souks no tiene nada que ver con un animado zoco árabe. Es un distrito comercial futurista impecable.
Un huevo lleno de grafitis
También la central Plaza de los Mártires con su ostentosa mezquita de Al Amin recuerda un capítulo serio de la historia. Allí se reunieron cientos de miles de libaneses para protestar contra la ocupación siria del país tras la guerra después de que el ex primer ministro Rafik Hariri fuera asesinado en 2005. Tuvieron éxito.
En esa plaza hay un monumento a los nacionalistas libaneses que fueron ejecutados durante la Primera Guerra Mundial. Los orificios de las balas no fueron eliminados en la restauración.
Una conmemoración, al igual que «The Egg», un edificio de cine con forma de huevo que nunca se terminó. El esqueleto muestra los rastros de la guerra y muchos grafitis coloridos.
A pocos minutos a pie se encuentra la Place de l’Etoile con el Parlamento y un campanario de la época otomana, el palacio de gobierno y el sitio arqueológico de unos antiguos baños romanos. Un caos arquitectónico como en casi toda la ciudad.
Un lugar de buena vida
No, Beirut no es bonita, pero está llena de vida y alegría. Comida árabe a buen precio, una pipa de agua y una buena charla se encuentran en cualquier esquina.
Los restaurantes gourmet satisfacen las necesidades de los paladares más finos, los bares en las terrazas invitan a tomar un trago. Beirut es una ciudad llena de contradicciones.
«La ciudad se mueve entre la estabilidad y la inestabilidad, entre el bienestar y la ruina», dice Ronnie Chatah. Beirut podría ser una ciudad de fiesta, conocida por el buen ambiente y la vida nocturna. Pero también es todo lo contrario. «La ciudad es conocida por la violencia, los disturbios, el estancamiento político y la guerra».
Por Philipp Laage (dpa)