(dpa) – Hay personas que parecen no poderlo evitar, dejan todo lo que más les cuesta para un «mañana» que nunca llega. Sea llamar a un cliente, escribirle un correo a la jefa o entregar un trabajo pendiente. Todo lo que les genera algún inconveniente va a dar reiteradamente al último lugar de la lista. Quienes se comportan de este modo con recurrencia se ven ante un enorme problema. ¿Cómo salir del dilema?
El psicólogo Florian Becker describe la procrastinación como la «posposición o la omisión irracional de una actividad haciendo caso omiso a las consecuencias negativas que eso pueda acarrear».
No es algo que suceda por desconocimiento o vagancia, sino porque las personas que tienden a procrastinar no logran encarar esas tareas y suelen poner otras cosas pendientes como excusa. Algunas incluso pueden ponerse a navegar en Internet aunque sepan que sus supervisores están esperando que les envíen informaciones urgentes.
La libertad fomenta la procrastinación
Las personas que más tienden a procrastinar son aquellas que tienen la suerte de tener mucho margen de libertad en sus trabajos, independientemente de si son estudiantes o si tienen cargos jerárquicos, dice la coach y psicóloga Anna Höcker. Esos «márgenes» o «libertades» exigen que la persona en cuestión tenga mucho manejo de su organización personal porque, «de no estar bien entrenada en estos menesteres, el riesgo de procrastinación aumenta».
El homeoffice hace que todo sea todavía un poco más difícil. Anna Höcker estuvo al frente de un servicio ambulante contra la procrastinación en la Universidad de la ciudad alemana de Münster y diseñó un autotest sobre este fenómeno. «Dejar para después algunas cosas o hacerlo de vez en cuando no es una tragedia. No todos los que posponen algo tienen un problema», explica.
Pero la alarma interna debería sonar si uno mismo se atormenta con las cosas que pospone y pocas veces está relajado. El problema aparece claramente cuando el afectado no puede disfrutar del tiempo libre por estar pensando permanentemente en los asuntos pendientes. O si solo puede atenerse a los plazos (si es que se atiene) cuando está bajo presión.
Cuando posponer se vuelve un gran problema
«Posponer se convierte en un problema cuando se torna crónico o excesivo y cuando impacta una y otra vez en forma negativa en el bienestar o la satisfacción que pueda sentir una persona», precisa Höcker. Hay personas que incluso ven cómo este comportamiento afecta metas o deseos personales importantes y sin embargo no logran actuar.
A eso se suman los efectos en el ámbito laboral y el rendimiento. «Quienes posponen todo en forma constante no solo se estresan mucho y sienten culpa, sino que además tienen menos éxito en sus carreras, rinden menos, ganan menos y son mayormente solteros», dice el psicólogo especializado en temas económicos Florian Becker.
Puede que los más vulnerables en este sentido sean, por ejemplo, las personas que se aburren con facilidad o que tienen poco control de sus impulsos, mientras que quienes «creen en sus capacidades y tienen una buena autoestima suelen ser más bien inmunes» a estos fenómenos.
En cuanto alguien que tiende a procrastinar se ve ante una tarea y siente presión, busca inconscientemente una vía de escape. «Puede que anestesien esa sensación buscando algo que los distraiga. O tal vez busquen directamente otra tarea que les dé rápidamente una sensación de éxito o de satisfacción». Esa otra «tarea» puede ser de cualquier índole: desde ordenar el escritorio hasta sumergirse en un juego virtual o chatear y responder mensajes de las redes sociales.
Todo esto tiene poco que ver con vagancia. Se trata más bien de una falta de control de los impulsos y casi una necesidad de dejarse llevar por cualquier estímulo. «Lo pérfido del asunto es que el cerebro aprende que cuando siente presión ese mecanismo le ayuda. Y que si la presión continúa aumentando, será mejor mirar todavía más Netflix o jugar aún más tiempo en la computadora…», señala Becker.
Romper el círculo vicioso
¿Pero cómo romper ese círculo vicioso? «Puede parecer trivial, pero el primer paso se da empezando, entrando en acción», dice el psicólogo. «Porque allí es justamente donde está el problema». Aunque solo sean cinco minutos de estudio o de cuentas o de encarar alguna tarea a la que uno le huye: lo importante es dar ese primer paso.
Por supuesto que será de gran ayuda hacer a un lado todo lo que pueda llegar a servir como distracción sistemática. Por ejemplo, se puede reducir el tiempo que se pasa en redes sociales o proponerse navegar en Internet en un horario previamente delimitado. Es más que nada una cuestión de ejercicio, de costumbre. Cuantas más veces uno encare una tarea que antes posponía, más tiempo le irá pudiendo dedicar.
Tachar tareas sin temor
Es fundamental olvidar algunas máximas contraproducentes como «este asunto es tan importante que para hacerlo necesito estar en un estado de concentración óptimo» o «solo puedo ocuparme bajo presión» o cuando no haya alternativa.
Para Anna Höcker, esas ideas son precisamente las que impiden que las personas asuman sus tareas con cierta liviandad. Su recomendación es establecer prioridades. ¿Qué es realmente importante y qué es solo «nice to have»? Para esta especialista, ese criterio es mucho más decisivo que hacer listas interminables llenas de detalles.
«Pregúntese además si usted quiere ocuparse o no de ciertas cosas pendientes y, en caso de que la respuesta sea positiva, pregúntese por qué», recomienda. «En caso de que algo no sea importante, táchelo directamente de su lista. Eso hará que se libere de la mala conciencia».
Además, es bueno saber que las personas que «precrastinan», es decir, que hacen siempre todo, no lo pasan necesariamente mejor. Al contrario. «Quienes son puramente reactivos suelen perder la orientación», dice Florian Becker. Cuando alguien se dedica en forma diligente y obediente a las tareas en agenda no hace necesariamente las cosas que más le valen. Dicho de otro modo: «Es necesario saber qué es lo realmente importante». Una vez que eso está claro, manos a la obra.
Por Katja Sponholz (dpa)