Berlín (dpa) – Su uniforme beige y el sombrero azul descansan detrás de una vitrina, 30 años después de la caída del Muro. La historia de Marina Bethig, de 59 años, integra una exposición sobre Berlín Oriental en el Museo Palacio de Efraín en la capital germana.
Al igual que todos los alemanes orientales de su generación, tuvo una vida antes de la caída del Muro y otra después. A diferencia de muchos alemanes occidentales, 1989 representó para ella un verdadero hito.
Marina Bethig se encariñó con ambas vidas. Una como niña y mujer joven; la otra, como abuela. Su profesión en la República Democrática Alemana (RDA) era particular: azafata. Y esto significaba que podía viajar.
«Para mí era un privilegio que me incomodaba porque podía viajar mientras que otros no podían», explica. Estaba claro que, en su carácter de cuadro del partido con posibilidades de salir del país debía ser leal al sistema socialista. Marina Bethig es sincera: «Entonces representaba a la RDA».
Entre 1980 y 1987 voló alrededor del mundo, a Chipre, Canadá, Cuba, Nigeria, Vietnam o Pakistán. Casada y con hijos, no consideró en absoluto la posibilidad de fugarse. Bethig trabajó para Interflug, la aerolínea estatal de la RDA, creada en 1958 y que se mantuvo operativa durante 33 años, hasta después de la caída del Muro.
La línea aérea logró llegar a inscribir su nombre en el Libro Guinness de los Récords: el 21 de noviembre de 1989 una aeronave voló en 13:25 horas desde Kumamoto, en la isla japonesa de Kyushu, hasta Berlín-Schönefeld. Nunca antes un Airbus A310 había logrado cumplir sin escalas un trayecto semejante.
El día más sombrío en la historia de Interflug sería el 14 de agosto de 1972, cuando un Ilyushin 62 cayó cerca de Königs Wusterhausen, y las 156 personas a bordo perdieron la vida. En 1991 levantó vuelo por última vez un Tupolev de Interflug.
El final de la aerolínea llegó por decisión del fondo fiduciario Treuhand, encargado de administrar y privatizar las empresas de la Alemania comunista. También el caso de Interflug fue controvertido.
Hasta el día de hoy las ex azafatas se siguen reuniendo regularmente con los pilotos. Y no es casualidad: compartieron muchas vivencias, según relata Bethig.
En el aeropuerto de Beirut, por ejemplo, la tripulación escuchó los cañonazos de la guerra civil en el Líbano. También sucedió que Interflug trasladó heridos de guerra desde Nicaragua para que recibieran tratamiento en la RDA. En ese caso el avión se convertía en hospital militar y Bethig, en enfermera.
Lo que le resultaba agobiante era cuando, tras una fuga frustrada, ciudadanos de la RDA eran llevados de regreso al país. Ese era el lado oscuro del oficio.
Durante los dos primeros años, las azafatas de Interflug solían volar al exterior socialista, hacia Praga, Varsovia o Moscú, y luego podían realizar otros trayectos.
Una vida privada ordenada era requisito para una carrera exitosa. Si alguien era apegado a su familia, se consideraba improbable que tratara de fugarse. Pero si las cosas iban mal en el ámbito familiar, la situación podía complicarse, porque cualquiera podía presentar una denuncia al respecto, señala.
De todas maneras, a Bethig le gustaba trabajar de azafata. A veces pasaban cosas curiosas. Para los ejercicios de emergencias, la tripulación uniformada debió saltar al lago Müggelsee de Berlín, ponerse chalecos salvavidas y subirse a una balsa con la ropa chorreando.
La tripulación siempre tenía vodka a bordo para los acontecimientos especiales. En un vuelo a la Unión Soviética, las azafatas ataron sus delantales con un doble lazo contra los hombres molestos. «Naturalmente a veces también se recibía a bordo una propuesta de matrimonio», evoca.
En la época de la RDA su profesión era un trabajo soñado, como el de actriz, relata Bethig, que pasó su infancia en Potsdam y actualmente reside en Berlín.
La demanda para obtener el puesto era elevada. Para mejorar sus posibilidades, Bethig practicaba mantener el equilibrio con su padre en una silla giratoria. La formación incluía psicología, cosmética, idiomas y atención al pasajero. Al igual que hoy, las azafatas tenían que dominar cualquier movimiento y técnica al dedillo.
Viajando se aprende, se dice desde siempre. Y Marina Bethig concuerda. Así comenzó a cuestionar la RDA, también a través de su marido, que tenía parientes en Alemania Occidental.
Antes de la caída del Muro observó cómo procedía la RDA contra quienes pensaban distinto cerca de la Iglesia de Gethsemane en Berlín, lo que le significó una razón suficiente para devolver el carné del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED).
Tras la caída del Muro, Bethig ayudó en el consultorio de su marido y trabajó como entrenadora de deportistas. Se cuenta entre las personas que no miran hacia atrás añorando «la dictadura del proletariado» y aprecian la democracia tras la reunificación. Y asegura que no siente nostalgia del país que ya no existe.
Por Caroline Bock (dpa)