Madrid, 31 mar (dpa) – Eran las 20:44 del 1 de abril de 1998. Los futbolistas del Real Madrid y del Borussia Dortmund ya estaban sobre el césped del Santiago Bernabéu para abrir la semifinal de la Liga de Campeones. Y de repente, una de las porterías se rompe. La confusión y el caos se apoderan del ambiente hasta que una hora después aparece otro arco para ser colocado.
«Sentí mucha vergüenza», admitió años después Lorenzo Sanz, entonces presidente del Real Madrid, en una entrevista con la web SportYou.es. «Creo que todos los madridistas ese día sentimos vergüenza. Es algo tan ilógico y tan antinatural…».
Hace ahora 20 años, la portería se cayó justo antes de que arrancara el duelo porque los radicales del Real Madrid zarandearon las vallas que rodeaban las gradas, a las que estaban amarradas las sujeciones del arco. La presión fue tan grande que los soportes cedieron y la portería se partió en la base.
Ahí surgió la figura de Agustín Herrerín, héroe anónimo de aquella Copa de Europa que acabaría conquistando precisamente el Real Madrid. Entonces, Herrerín era ayudante del delegado del equipo y fue uno de los pocos hombres que mantuvo la cabeza fría en el estadio Santiago Bernabéu, convertido en algo parecido a un manicomio.
El arco no se podía recuperar y el árbitro, el holandés Van der Ende, urgió a tomar una decisión. Herrerín pensó más rápido que nadie y se marchó a la Ciudad Deportiva del Real Madrid, situada entonces a dos kilómetros del estadio.
No había nadie dentro de las instalaciones, así que el empleado del club decidió saltar la valla de seguridad, se rompió los pantalones en el intento y dentro de encontró a un camionero que estaba cenando.
A cambio de 85.000 pesetas (algo más de 500 euros), y tapándose con pudor los agujeros del pantalón, consiguió que el transportista dejara la cena a un lado y le convenció para ayudarle a trasladar hasta el estadio Bernabéu una de las porterías de entrenamiento de la Ciudad Deportiva.
Pero ahí no acabó la desventura. Una vez llegado al estadio, el arco no cabía por las puertas naturales de acceso al campo y hubo que consultar los planos del recinto para encontrar una entrada de dimensiones adecuadas.
Mientras, el Borussia Dortmund presionaba al árbitro para que suspendiera el encuentro. El equipo alemán casi se veía en la final sin tener que jugarla, pensando en la sanción al club blanco.
Pero finalmente la portería hizo su entrada triunfal en el campo ante una monumental ovación de la hinchada, que vivió presa de un ataque de nervios durante la hora y cuarto que duró la «operación rescate» del arco.
«No podíamos imaginarnos que tomara tanto instalar un nuevo arco. Por supuesto, nadie estaba preparado para eso», recuerda Michael Zorc, entonces capitán y hoy director deportivo del Dortmund. «El arco cayó porque los aficionados sacudieron la valla de la tribuna por mucho tiempo».
«Lo peor en esas situaciones es la incertidumbre. Y que tienes que mantener la tensión. Obviamente, el equipo local lo maneja mejor que el visitante», expresa Zorc.
Y fue así porque, una vez con los dos arcos, el Real Madrid venció 2-0 al Dortmund con goles de Fernando Morientes y Christian Karambeu. Era la ida de las semifinales. En la revancha, un empate sin goles permitió al equipo español clasificarse a la final, en la que vencería a la Juventus para levantar su séptima Copa de Europa.
El asunto, de todos modos, no terminó con el pitido final. Después del partido, y con el plantel ya en el hotel, en el Dortmund surgió la idea de medir el arco. Josef Schneck y Christian Hockenjos, entonces en la prensa y en la dirección del equipo, decidieron ir con un metro prestado al Bernabéu.
«Volvimos furtivamente de noche al Bernabéu. No fue tan fácil. Nos hicimos pasar por empleados de la UEFA y dijimos que necesitábamos medir las dimensiones del arco», dice Schneck. «El arco nuevo tenía las medidas correctas. Curiosamente el otro no era suficientemente alto. Lógicamente, eso no interesó a nadie».
Por Ignacio Encabo y Alberto Bravo (dpa)