Berlín, 19 feb (dpa) – La Berlinale convocó el domingo a directores que ya pasaron por anteriores ediciones, como el francés Cédric Kahn o la italiana Laura Bispuri, para formar parte de una competición por el Oso de Oro que, salvo excepciones, aún no genera gran entusiasmo.
Por ahora, las películas que mejor acogida han tenido por parte de la crítica –lo cual no quiere decir que su opinión coincida con la del jurado que entrega los premios- han sido la de apertura, «Isle of Dogs», de Wes Anderson y «Transit», del alemán Christian Petzold. La paraguaya «Las herederas», de Marcelo Martinessi, también ha sido tenida en buena consideración.
Kahn, quien compitió por el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín de 2004 con «Feux Rouges» presentó el domingo «La prière» («La plegaria»), en la que Thomas (Anthony Bajon), un joven que casi muere de sobredosis, decide internarse en una clínica de rehabilitación en las montañas francesas en la que la adicción por las drogas es reemplazada por una religiosidad casi obsesiva.
La clínica es dirigida por un comprensivo cura, Marco (el español Alex Brendemühl) y supervisada por su fundadora, la hermana Myriam (una siempre espléndida Hanna Schygulla que en sus pocos minutos en pantalla logra transmitir sin excesos la estricta dulzura de su personaje).
«Las drogas son tan viejas como el mundo y el deseo de escaparse tomando sustancias no es algo que le sucede solo a los drogadictos», señaló Kahn. «Hay todo tipo de adicciones: la de los workaholics, la adicción a Internet…la obsesión es parte de nuestras vidas y para algunas personas es difícil vivir sin obsesiones», apuntó.
Por su parte, Schygulla, musa de uno de los directores insignia del cine alemán, Rainer Werner Fassbinder (1945-1982), quien conoce la Berlinale desde 1979, cuando presentó allí junto al cineasta «Die Ehe der Maria Braun» («El matrimonio de Maria Braun»), afirmó que cree que la gente busca en las drogas «reencontrarse con cosas sustanciales».
«Las drogas, al igual que la religión, son una forma de vivir cierta profundidad de uno mismo», apuntó la actriz alemana. «Tienen que ver con la necesidad de encontrar más verdad, de escapar de las prisiones de las costumbres, las rutinas y la sociedad, que no nos permiten mostrar que somos débiles, que estamos perdidos, o que somos felices por temor a que alguien pudiera robárnoslo».
Por su parte, la italiana Laura Bispuri presentó también el domingo «Figlia Mia», una película sobre dos madres –una adoptiva, Tina (Valeria Golino), que cumple con todos los requisitos de la madre amante y ejemplar, y otra biológica, Angelica (Alba Rohrwacher), que a priori parece no tener instinto maternal alguno- cuya necesidad de conectar con su hija, la pequeña Victoria, las transformará no sólo a ellas, sino también a su objeto de disputa.
Bispuri, quien dirigió y coescribió el film, rodado en Cerdeña, ya participó en la competición de la Berlinale en 2015, cuando mostró allí su ópera prima, «Vergine giurata» («Sworn Virgin»).
La directora aseguró que la elección de Cerdeña fue instintiva. «Quería expresar su atmósfera y para eso investigué mucho. Suelo viajar a los lugares, tratar de entender ese mundo, y luego escribo», apuntó. «El paisaje me dejó directamente desarmada. Y luego la fuerza de sus madres».
La tercera película de competición en verse el domingo fue la sueca «Toppen Av Ingenting» («The Real Estate»), de Axel Petersen y Måns Månsson, quienes participaron en el pasado de la sección Forum de la Berlinale, dedicada al cine de vanguardia y experimental.
En esta coproducción sueco-británica, una mujer de casi 70 años de clase alta, Nojet (Léonore Ekstrand) hereda uno de los apartamentos de su padre en Estocolmo cuando éste muere. Sin embargo, al llegar a la propiedad, descubrirá que su medio hermano y su hijo no se ocuparon de cuidar la propiedad como debían y comenzará un raid piso por piso intimidando a sus inquilinos.
Por Astrid Riehn (dpa)