(dpa) – Elsa aúlla y Ana empieza a brincar. Carsten abre el hocico para lanzar un aullido pero Olga le da la espalda. Aron y su compañero Moses quieren salir ya. Hay patadas, tirones y ladridos. En medio de esta manada de perros están mis hijas, que no saben bien si alegrarse o asustarse. «¡Son muy ruidosos!», se queja la mayor, de ocho años, mientras se tapa los oídos. «¡Esto es demasiado salvaje!», grita su hermana de cuatro años aferrándose a la pierna de su padre.
Hasta hace pocos minutos los huskies estaban tumbados tranquilamente sobre la nieve mientras se dejaban acariciar por las niñas, pero ahora el ruido es ensordecedor. Sin embargo, Johan Müller, un noruego deportista con antepasados alemanes, le resta importancia. «Siempre ocurre lo mismo justo antes de empezar», dice. «Pero una vez empiezan a correr, no abren la boca.»
Müller, que tiene poco más de 40 años, sabe de lo que habla. Desde hace casi 15 años ofrece excursiones en trineos tirados por perros alrededor de Hemsedal, un lugar para la práctica de deportes de invierno situado en el corazón de los Alpes escandinavos, que se alzan a unos 200 kilómetros al noroeste de Oslo. Müller tiene 40 animales de los cuales hoy nos acompañan una docena.
Seis huskies tiran de cada trineo, que tiene 60 centímetros de ancho y espacio para un adulto o dos niños. Además, otra persona se sitúa en la parte trasera y controla a los perros con ayuda de dos frenos de pie. «En realidad es muy sencillo», le dice con optimismo Johan Müller a mi marido, que debe manejar el trineo con las niñas mientras yo me subo con él a otro. Efectivamente, los ladridos, gruñidos y aullidos desaparecen justo en el momento en el que Müller da la señal de salida al grito de «ho». El trineo pega una fuerte sacudida cuando los animales echan a correr, después se desliza con facilidad sobre la gruesa capa de nieve.
Me cuesta mantenerme en pie sobre el patín, me agacho ante las ramas de pino caídas y parpadeo cuando la nieve me sopla en la cara. Miro hacia abajo, donde Müller va cómodamente sentado, en busca de ayuda. Dentrás de mí, en el segundo trineo, las niñas ríen emocionadas cada vez que los huskies pasan a toda velocidad por encima de un bache. «¡Más rápido!», grita la pequeña mientras nos dirigimos hacia un lago congelado. «¡Qué chulo!», exclama la mayor. Tensa, me agarro con fuerza a la estructura del trineo. «Relájate», me dice Müller, «mantente siempre relajada.»
Eso mismo me ha dicho varias veces en los últimos días Oscar Lundstrom, nuestro profesor de esquí de 26 años. «Lo bonito de los cursillos familiares es que están todos juntos y no tienen que pasar el día por separado», dice. No obstante, es importante que todos tengan el mismo nivel, aunque después de dos o tres días, asegura, ya no sea así. De nosotros cuatro, todos principiantes con conocimientos previos, enseguida ha detectado que yo soy el punto débil.
Con un marido deportista y dos niñas atrevidas, pronto voy cojeando -o más bien patinando- detrás de todos ellos. Lundstrom trata de consolarme diciéndome que es lo normal en principiantes adultos. «Los niños aprenden de manera más intuitiva», explica. «Cuando se caen se ríen y se vuelven a levantar. Los adultos, en cambio, a menudo quieren aprender la técnica correcta y tienen miedo a las caídas.
Eso es precisamente lo que nos ocurre a nosotros. Mientras escudriño desconfiada la pendiente de la pista y me concentro en distribuir bien el peso, las niñas pasan a toda velocidad por mi lado seguidas de mi marido. «Mamá, ¡qué lenta eres!», es lo último que escucho antes de que doblen la próxima curva. Evidentemente, yo llego mucho después y con piernas temblorosas al centro de esquí situado en el fondo del valle.
Afortunadamente, allí nos volvemos a encontrar rápido. En comparación con las extensas zonas de esquí de los Alpes, Hemsedal es abarcable: de sus casi 50 pistas prácticamente todas desembocan en el centro de esquí. Esto es lo que hace que el lugar y su entorno sean especialmente atractivos para familias, que representan el 70-80 por ciento de los huéspedes. La montaña más alta, Toten, mide 1.497 metros y la bajada más larga tiene seis kilómetros. A cambio hay todo un mundo infantil con una extensión de 70.000 kilómetros cuadrados y los niños enseguida se encariñan con Valle, un sonriente muñeco de nieve que es la mascota de este lugar.
Evitando la época navideña y el mes de febrero, cuando los países escandinavos tienen vacaciones de invierno, las pistas están libres y no hay que hacer largas colas para acceder a los cerca de 25 telesquís y telesillas. «La época perfecta para viajar son los meses de invierno tardíos», revela Oscar Lundstrom. A partir de marzo disminuye el frío y los días empiezan a ser más largos.
Pero incluso en los meses más oscuros, nada impide la diversión al anochecer, ya que muchas de las pistas se iluminan por la noche. Algo que, por desgracia, tampoco se les escapa a mis hijas ya que nuestra vivienda se encuentra justo junto al centro de esquí. «Mamá, todavía hay mucha gente esquiando. ¿Podemos ir nosotras también?», pregunta asombrada la mayor pegando su nariz a la ventana del apartamento.
En realidad, mi marido y yo nos habíamos imaginado pasar una noche agradable frente a la chimenea, rodeados de cojines y con los pies en alto. «¡Ay sí!», ruega la hermana pequeña antes de que pueda replicar algo. «¡Por favor, por favor!».
Así que nos toca llegar a un acuerdo, como tantas veces ocurre en los viajes familiares. Poco después nos encontramos de nuevo sobre la nieve. Las niñas con equipación de esquí, los adultos con salchichas y nubes. Y es que justo junto a la pista de principiantes y una colina con pequeños trampolines de saltos hay un puñado de cabañas con hogueras, leña gratuita y parrillas giratorias.
A la mañana siguiente me despido de mi familia y voy al encuentro de Hanne Morud para probar el esquí de fondo, algo que todo noruego aprende de niño. En comparación con las pesadas botas de esquí, los zapatos son ligeros y cómodos y los esquís largos y elegantes. De los 250 kilómetros de pistas de esquí de fondo disponibles mi profesora se decide por un circuito que comienza en el centro de esquí. «Es muy sencillo, sólo tienes que seguir las huellas», dice. Y añade lo mismo que ya me dijeron el profesor de esquí y el guía del trineo de perros: «¡Mantente relajada!»
Efectivamente, enseguida encuentro mi ritmo. Atravesamos pinos de montaña cubiertos de nieve y rocas erráticas que decoran el paisaje como si se tratara de troles helados. Hay huellas de zorros y linces que han debido cruzar el camino poco antes. El miedo a caerme ha pasado y disfruto del movimiento en este brillante paisaje invernal. Al fin lo consigo: me relajo y me delizo.
Información básica: Hemsedal
Cómo llegar: en avión hasta Oslo y desde allí con un coche de alquiler o directamente desde el aeropuerto en autobús (Viernes y domingo, ida y vuelta para adultos unos 90 euros, de 6 a 12 años unos 60 euros, http://nettbuss.ewat.no/en/, duración del viaje: unas tres horas).
Época para viajar: en Hemsedal la temporada de invierno va desde mediados de noviembre hasta principios de mayo. En Navidades y en febrero la estación está muy llena.
Alojamiento: «Alpin Lodge» ofrece habitaciones y apartamentos, algunos con chimenea y sauna, junto al centro de esquí. A través de www.skistar.com se pueden reservar cabañas con acceso directo a las pistas. El Hotel Skogstad cuenta con 13 habitaciones familiares y es ideal para aquellos que viajen con niños.
Alquiler de esquís y clases: https://www.skistar.com/en Excursiones en trineos de perro: el tour dura entre una hora y media y dos horas, pero con recogida en el hotel hay que contar con al menos tres horas. El precio es de unos 130 euros por adulto y de unos 65 euros para niños entre 3 y 9 años (www.hemsedalhuskies.no).
Informaciones: www.hemsedal.com/en, www.visitnorway.de
Por Alexandra Frank