Muy cerca de aquí, vuelto hacia el mar, Martín Codax compuso algunos de los poemas más hermosos y sencillos de la lírica medieval. Supongo que hablar en Vigo de este trovador resultará un lugar común bastante frecuentado, pero esta acogida institucional a Cantabria bien merecería una cantiga de amigo, aunque fuese desvestida del desasosiego que transmitían aquellos versos. En el caso de Asturias y Cantabria, somos vecinos, conocidos y, además, amigos. Quede, pues, constancia de la bienvenida, abierta y esperanzada a la incorporación de Cantabria a esta Macrorregión de Regiones del Suroeste de Europa.
Pero también cité a Martín Códax por otra razón. El mar está omnipresente en su obra; ese océano al que interroga y saluda continuamente, dueño y guardián de vidas y amores. Tengo un recelo, bastante justificado, a exacerbar los discursos identitarios, pero si me apuran creo que es bastante evidente que las seis regiones que hoy estamos aquí compartimos una condición netamente atlántica. No temo que sea arriesgado asegurar que ahí lata también el fondo de una manera de ser y de vivir con bastantes similitudes. Para lo bueno y lo malo, no somos mediterráneos: basculamos, y con orgullo, hacia poniente.
Somos, también, las seis, regiones marcadas por la emigración, una seña de identidad común durante buena parte del siglo XX. Las circunstancias han cambiado: hoy son otros quienes se agolpan a nuestras fronteras, los que escalan alambres de espino para entrar en una Europa que, mientras esto ocurre, se disgrega a sí misma. ¿No debemos considerar en esta paradoja? ¿Pensamos que nos quede demasiado grande para este acto, que nosotros estamos para tratar nuestras cuestiones domésticas, sin meternos en asuntos de altura? Ciertamente, no. De hecho, gran parte de nuestras reivindicaciones sólo tiene sentido en la medida en la que la Unión Europea continúe siendo lo que es: un ambicioso proyecto de construcción política cimentado sobre las libertades democráticas, el Estado de bienestar y la prosperidad económica. Por lo tanto, en la medida de nuestras posibilidades, debemos animar a los gobiernos de Portugal y España a mantener su apoyo a la edificación europea. Estamos en un trance decisivo, en el momento en el que es necesario que los respaldos se hagan notar y saber para que la Unión recupere la velocidad, salga de la suerte de atrofia en la que parece haberse narcotizado. Es muchísimo lo que está en juego. La Unión Europea es único gran relato político que sobrevive en el siglo XXI.
No perdamos de vista ese horizonte. Por ejemplo, cuando abordemos el envejecimiento y el declive demográfico, que ahormará nuestro desarrollo en las próximas décadas. A lo largo de los últimos años hemos trabajado, y bastante, para crear conciencia. Desde fuera de las instituciones, cuando uno se limita a asomarse al balcón de la política, se suele opinar que todo esto es sencillo, que basta con plantear las cosas para que se resuelvan, como si las palabras tuvieran, al igual que los sortilegios, la capacidad de modificar la realidad. Y, hombre, el poder de las palabras es inmenso, pero hay cuestiones que no se despachan por ensalmo. Primero hay que asumir el problema, conocerlo y, después, disponer medidas eficaces para superarlo. Eso, no quepa duda, es lo más complicado y es, precisamente, la tarea que ahora nos toca afrontar con decisión.
Pido disculpas a los compañeros portugueses por hablar del caso español, pero entiendo que todo lo que voy a decir es aplicable a la república lusa. En la última Conferencia de Presidentes conseguimos que el invierno demográfico sea elevado a cuestión de Estado. Empleo el plural a conciencia: sin Galicia, sin Castilla y León, sin Cantabria y, perdón por la inmodestia, sin el empuje de Asturias, no lo hubiéramos logrado. En este objetivo llevábamos atareados varios años, en conseguir que el Gobierno nacional asumiese que este asunto, que amenaza con agravar el desequilibro en la pujanza económica entre el Este y el Oeste de la península, fuese incorporado a la agenda de las urgencias de Estado.
Lo hemos conseguido, repito. No obstante, no debemos quedarnos ahí. Conviene que sigamos trabajando juntos para que el envejecimiento y el declive demográfico sean calibrados adecuadamente en la reforma de la financiación autonómica. A mí nunca me gustó la expresión “frente común”, porque presupone que se trama una alianza contra algo o contra alguien. Por desgracia, nuestro Estado autonómico ya está demasiado atravesado de tensiones, pugnas territoriales y agravios comparativos. Tanto sobran discursos lastimeros y deudas históricas como faltan lealtad y sentido de la ciudadanía compartida. Hablo de otra cosa, bien distinta: que las comunidades con razones compartidas seamos capaces de exponerlas, argumentarlas y defenderlas, sin que eso se degrade en una competición de tiro de cuerda entre territorios, cada equipo esforzado en arrastrar a los demás a su propio campo de juego. Es al Gobierno central al que le corresponde aplicar la visión de Estado, y no cabe duda de que la financiación autonómica exige esa especial altura de miras. Creo humildemente que a nosotros, a los gobiernos de Castilla y León, Cantabria, Galicia y Asturias nos corresponde vigilar para que así ocurra.
Acabó la incursión española. Pido de nuevo perdón a los amigos portugueses por haberme tomado esta licencia, pero estoy seguro de que entenderán que hay oportunidades que no conviene desaprovechar. Las seis comunidades juntas tampoco debemos perder la ocasión para intercambiar conocimientos y experiencias sobre el asunto demográfico. Por ejemplo, la Unión Europea distinguió en diciembre pasado a Asturias como sitio de referencia en políticas de envejecimiento activo. El Gobierno del Principado les ofrece toda su colaboración para avanzar conjuntamente en ésta y otras políticas relacionadas, como las que favorezcan la conciliación entre vida familiar y laboral en zonas rurales. No obstante, les invito a plantearnos un desafío mayor: conseguir que la Unión Europea conceda al envejecimiento poblacional el tratamiento prioritario que merece. Les propongo que trabajemos con ese empeño.
Lo mismo afirmo, y con igual ambición, respecto a la mejora de las comunicaciones. Sin ser recurrente con la relevancia del Corredor Atlántico, reitero que esta obra angular sólo tendrá pleno sentido si va acompañada del desarrollo de infraestructuras previsto en el Noroeste de la península. Hablo de las conexiones ferroviarias de alta velocidad, de los enlaces por mar la costa francesa, también del posible eje ferroviario que avance desde Portugal hasta la frontera gala y permite anudar los grandes puertos de la fachada atlántica. El potencial económico y logístico de todas estas obras debe animarnos a trabajar conjuntamente.
Debería extenderme también sobre la competitividad industrial y, con especial motivo, sobre la excelencia en la enseñanza superior, puesto que nos acompañan los rectores de las universidades de esta macrorregión. Por cierto, les animo a una tarea imposible: calcular cuánta historia acumulan las universidades que gobiernan. Ahí es nada. Pero, con el ánimo de ser breve, sólo dedicaré algunos párrafos al turismo. Hago en voz alta una pregunta que, estoy seguro, más de una vez se habrán planteado en Galicia: ¿puede dar más de sí el Camino de Santiago, esa “calle mayor de Europa”, como se la ha llamado? Juego con ventaja porque sé que la respuesta es afirmativa.
Les aseguro que el Gobierno de Asturias está dispuesto a hacer un esfuerzo de conservación y promoción de las rutas jacobeas muy superior al que se ha venido realizando hasta ahora. Con ese propósito hemos elaborado un Libro Blanco que especifica 80 medidas de distinto tipo para revitalizar los diferentes itinerarios que cruzan el Principado. Para nosotros, se trata de una apuesta cultural y turística de primer orden. Aquí, de nuevo, y como bien saben todos ustedes, las posibilidades de colaboración son múltiples. Precisamente, mi gobierno tiene el honor de presidir el grupo de trabajo sobre Empleo y Turismo. Les animo a que propiciemos a máximo la colaboración y promoción internacional conjunta porque, insisto, esta “calle mayor de Europa” aún puede ser más abierta y reunir mucha más gente.
Concluyo como empecé. Con el saludo al gobierno de Cantabria, convencido de que su adhesión permitirá reforzar esta macrorregión y trabajar aún con más vigor por nuestros objetivos. Esto de hoy, al fin y al cabo, y con perdón para los versos de Martín Códax es una cantiga para un amigo. El amigo hoy es Miguel Ángel Revilla y merece nuestra bienvenida.