Un autobús recorre España. Es un autobús con las ideas claras, ya sabéis. Es ese que pregona que los niños tienen pene, que las niñas tienen vulva y que acaba con una exhortación a no dejarse engañar. Con lo último sí estoy de acuerdo: no nos dejemos engañar. De lo demás, aprovechemos para hablar un poco.
Pensemos, por ejemplo, que los mensajes simples son los más eficaces. Ésta es una verdad publicitaria, también un mandamiento para los eslóganes, incluso una recomendación para los discursos públicos, pero no es una verdad real. Por fortuna, la realidad es compleja, matizada, plural.
El mensaje de ese autobús es sencillo, comprensible y directo. Publicitariamente está bien construido, es eficaz. Pero es falso. Vosotras, las mujeres comprometidas con la igualdad, conocéis esa falsedad, la enorme mentira que esconde esa simpleza que intenta comprimir la identidad en el espacio que ocupan los genitales.
No es un caso aislado. Os comento otro hecho. Hace unos días, un eurodiputado polaco aseguró: “Por supuesto que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes». Una eurodiputada, la socialista Iratxe García, le respondió bien y pronto: “Yo aquí vengo para defender a las mujeres europeas de hombres como usted”.
Pero pensemos también que el mensaje del parlamentario polaco está edificado, al igual que el anterior, con afirmaciones simples de las que se sirve para concluir una falacia. Hoy nos suenan retrógrados, un gruñido cavernario, pero hace décadas, y no demasiadas, eran juicios de uso común. Si no se decían, cuando menos se asumían por muy buena parte de la sociedad. La herencia es indiscutible.
Hablo del autobús y del eurodiputado polaco no porque merezcan mucho debate, sino para que tomemos conciencia de algo muy importante: siempre resulta más difícil manejar la complejidad que la simpleza.
El machismo es simplón. Su fundamento último es una antigualla cuya almendra original se reduce a la fuerza bruta. Al contrario, al discurso feminista se le ha exigido mucha más urdimbre, mejor argumentación, se le ha requerido toda la carga de la prueba para defender la igualdad porque lo que se daba por normal era justo el envés, la desigualdad que discriminaba a media humanidad. No exagero. Incluso ahora, año 2017, segundo milenio después de Cristo, hay que empeñarse en España en demostrar que las mujeres están capacitadas para estudiar matemáticas e ingenierías. ¿Verdad que parece una broma? Pues ocurre. Volvamos al mensaje del autobús. ¿Por qué es eficaz, aparte de simple? Porque desmontarlo exige pensar, ir más allá del primer esquema de la distinción anatómica.
Por eso aún hoy es más fácil ser machista que feminista. Basta con dejarse llevar por la corriente.
Además, el machismo no siempre es tan ruidoso como el bramido del eurodiputado polaco. El machismo puede presentarse bruto o sutil porque es diverso y policéfalo. Tanto que recuerda a la hidra mitológica, aquel monstruo al que le brotaban dos cabezas por cada una que le cortaban. Incluso peor, porque hay cabezas del machismo que pasan inadvertidas, o que se toleran o que se camuflan peligrosas con ropajes de normalidad.
El machismo bestial lo conocemos bien, por desgracia. Ése no se oculta. Al menos, 16 mujeres han sido asesinadas en lo que va de año, en poco más de dos meses. Cada una de ellas ha sido víctima de nuestro fracaso, cada una de ellas es la prueba irrebatible de un fracaso social que nos mancha las manos, porque nadie tiene el derecho a sentirse inocente ante semejante situación. Por eso apremiamos al Gobierno de España a hacer de la lucha contra los asesinatos machistas una urgencia de Estado. Proponemos, tal como se acordó en la Conferencia de Presidentes, que el Ejecutivo impulse cuanto antes un pacto que involucre a instituciones, partidos y organizaciones sociales a la voz de ni una más, ni una sola más. Eso también es política, política de la grande, porque en este asunto quedarse quieto mirando al tendido y esperando que escampe es una absoluta irresponsabilidad. Aquí toda la tibieza es culpable.
En julio del año pasado conseguimos firmar en Asturias el Pacto Social contra la Violencia Sobre las Mujeres -un hito en nuestro país, el primero con su categoría y ambición-, posible gracias a la implicación del Consejo de Mujeres del Principado, a la negociación y el acuerdo entre organizaciones sociales, los grupos parlamentarios y el Gobierno. Permitidme una mirada, siquiera de soslayo, al pasado: ese pacto ha podido construirse porque Asturias es desde hace bastante tiempo un referente en igualdad en el Estado.
Pero no es cuestión de prender medallas en la pechera. No estamos en España para presumir.
Decía antes que el machismo bestial es evidente, por desgracia. Ahora, vayamos a por las otras cabezas del machismo porque aquí, al igual que ocurría con la hidra, no basta con tajar una, hay que segarlas todas. Así, reparemos en que la violencia y la desigualdad no van desparejadas. La desigualdad –la de planteamiento vital y la real, palpable- es el caldo nutriente del machismo, el medioambiente en el que medra y se robustece. Fijaos en estos datos:
•En 2015, más del 75% de las excedencias concedidas en Asturias por cuidado de descendientes y otros familiares correspondieron a mujeres.
•La brecha salarial en ganancia media anual alcanza en Asturias el 27,3%, el tercer porcentaje más elevado del país. Las diferencias se agrandan entre los colectivos más desfavorecidos: en las pensiones no contributivas, llegan hasta el 41,92%; en las pensiones de jubilación, hablamos de una sima del 51,55%.
¿Quién puede alardear de igualdad con estos números? Lo cierto es que conocemos estas situaciones, no nos sorprenden. Convivimos con ellas, a veces con una mansa tolerancia o una indiferencia cómplice. Igual que cuando observamos sin alarmarnos la reproducción de roles de control y sumisión entre adolescentes, el alarde de dominación de las letras de algunas canciones que los jóvenes siguen al compás o cuando consideramos normal que la publicidad se dedique a sexualizar cualquier mercancía, desde un coche a una colonia o un reloj, como mejor reclamo de ventas.
Insisto, de nuevo, en que el machismo es policéfalo. Por eso también nuestra batalla desde las instituciones –en este caso, desde el Instituto de la Mujer y de todo el Gobierno del Principado- ha de ser poliédrica, multiforme, para instilar la igualdad a través de todos los poros de Asturias.
Os cito algunos ejemplos de lo que estamos haciendo, con la seguridad de que será insuficiente:
· Para defender la igualdad de oportunidades en la gestión empresarial, en diciembre hicimos entrega de los distintivos de la primera convocatoria de la Marca de Excelencia en Igualdad.
· Para reducir la desigualdad, en noviembre presentamos, junto con sindicatos y asociaciones empresariales, la Estrategia Asturiana contra la Brecha Salarial, que incluye el recurso a la Inspección de Trabajo para evitar la discriminación por razón de género. Debemos servir de altavoz para las mujeres a las que se les conculca sus derechos, pero también de apoyo para las empresas que quieran aplicar políticas de igualdad.
· Seguimos haciendo esfuerzos en la educación, continuando con el camino que emprendimos en 2001 con el Programa de Educación Afectivo-Sexual, que ahora se aplica también de forma experimental a la enseñanza secundaria.
· Hemos combatido el aislamiento de las mujeres mayores en el mundo rural con programas como Tiempo propio. Tengamos en cuenta, como advertía Marcela Lagarde, que a las mujeres las han enseñado a tener miedo a la libertad y a la soledad, y que el miedo a la soledad es un gran obstáculo para construir la autonomía personal.
· Continuamos fomentando la participación social con el Segundo Plan Estratégico de Igualdad del Principado (2016-2019), ya en trámite en la Junta General del Principado. Queremos –y éste también es un propósito muy relevante- que la igualdad y la perspectiva de género impregnen toda la actuación administrativa. Recordemos que desde 2011 fue aprobada la ley, también pionera, para la igualdad de mujeres y hombres y contra la violencia de género. Pues bien, desde entonces la igualdad no es una opción, sino una obligación legal. Por ello, en Asturias no se renuncia a la igualdad desde ninguno de los frentes de la acción de gobierno, no cabría hacerlo sin faltar a la ley.
Vuelvo a la cautela anterior: sé que todo esto no será suficiente. Antes me referí al Pacto Social contra la Violencia sobre las Mujeres. Lo subrayo: es un éxito colectivo, un ejemplo para el acuerdo que ahora se busca en España, un compromiso que debemos expandir, llevar con ahínco hasta el último ángulo de Asturias, de manera que empape toda nuestra sociedad. Ése es el mandato explícito que tiene la Consejería de Presidencia y Participación Ciudadana: involucrar a todo el tejido social e institucional de esta comunidad autónoma en la lucha contra la violencia machista. Ahora, también sé, también sabemos que no será bastante. Precisamente por ello, no podemos cejar. Ya lo dije alguna vez y merece la pena repetirlo: fallamos cada vez que aflojamos, que destensamos la cuerda. Tengamos en cuenta la envergadura del desafío: estamos impulsando una revolución que ha cambiado el mundo, que está alumbrando una nueva sociedad después de siglos de patriarcado.
Pensemos, pues, en cuánto queda por hacer, pero también en cuánto se ha hecho. El lema elegido para la campaña institucional del 8 de marzo es Un paso atrás para coger impulso. No es un contrasentido, sino un juego de palabras buscado con toda la intención. Un guiño para que no olvidemos el camino recorrido, para homenajear el trabajo realizado y a quienes lo hicieron posible. Lo dijo, como tantas otras cosas, Simone de Beauvoir: “El futuro envuelve al pasado y no puede construirse sin él”.
Pensemos en todas estas cuestiones, complejas, difíciles, que exigen brega continua, cuando escuchemos las sandeces de un eurodiputado o las simplezas rotuladas en un autobús. Pensemos que ellos lo tienen más sencillo, porque ni siquiera se toman la molestia de argumentar sus conclusiones. Pero aún así no nos vamos a parar. Está en nuestra mano que vuestra revolución, que no es la del autobús, sino la del tren de la libertad, no se detenga. Vamos a empujar para que siga adelante, día tras día, hasta que cambiemos el mundo de base.
Muchas gracias.