Berlín, 22 dic (dpa) – Yusra Mardini está rodeada de niños. Algunos abrazan a la nadadora siria, otros se despiden de ella al grito de «¡choca esos cinco!». La estrella del equipo olímpico de refugiados de los Juegos de Río de Janeiro visita durante esta jornada un colegio en Berlín.
Junto a su entrenador, Sven Spannenkrebs, ha impartido la clase de educación física a alumnos de esta escuela de la capital alemana. «Me encantan los niños, disfrutan jugando y son muy abiertos», asegura la joven de 18 años que desde que huyó de su Damasco natal, hace más de un año, ha encontrado en Alemania un nuevo hogar.
La visita al centro educativo se enmarca dentro de un proyecto que la deportista apoya desde que regresó de los Juegos en Brasil y cuyo lema es «Berlín tiene talento».
«Yo quería devolver algo de lo que se me ha dado. No todo el mundo tuvo tanta suerte como yo», recalca la siempre sonriente adolescente.
La joven se convirtió en los Juegos de Río en toda una sensación. Fue uno de los rostros más emblemáticos del equipo de diez atletas refugiados que compitió por primera vez en una cita olímpica con apoyo del Comité Olímpico Internacional (COI).
Sus modestos resultados deportivos interesaron a los medios mucho menos que su historia personal. En su viaje a Europa tras dejar Siria, la adolescente y su hermana, también nadadora, protagonizaron un momento heroico cuando saltaron al agua para poner a salvo el bote en el que trataban de cruzar el mar Mediterráneo después de que se apagara el motor.
La dramática huida que emprendió desde Turquía a las costas griegas en la barcaza destartalada la convirtió en una pequeña estrella mediática. Tras los Juegos Olímpicos, se sucedieron las llamadas de todos los rincones del planeta.
«Después de regresar de Río recibimos ofertas de 50 canales de televisión para rodar una película o un documental sobre su vida», reconoce su técnico. Sin embargo, conquistar Hollywood no forma parte de sus sueños, aclara Mardini.
Ahora se termina para ella un 2016 muy intenso cuyo balance es más que positivo. «Ha sido una locura de año: los Juegos Olímpicos, un encuentro con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York o una audiencia con el Papa Francisco en Roma. ¡He conocido a tanta gente!», recuerda.
«Sólo dos días después de que todo pasara me di cuenta de todo el mundo con el que había hablado», agrega.
La joven nadadora define a Obama como «cool» y a la pregunta de cómo fue la charla con el pontífice, asegura que simplemente le dijo «hola».
Mientras, su entrenador, guiña un ojo y añade: «Ahora esperamos tener la oportunidad de conocer a Lionel Messi. Del FC Barcelona todavía no hemos recibido una invitación».
Ella responde con naturalidad a la broma de su técnico. «Tiene los pies en la tierra, es muy sensata, y se comporta en la escuela como una estudiante más», precisa Spannenkrebs.
A pesar de la distancia, en el tiempo que lleva en el país centroeuropeo no ha dejado de observar de cerca el destino de muchos de sus compatriotas. «Cuando veo las noticias sobre Alepo en la tele, me voy a mi habitación y comienzo a llorar».
A su memoria regresa la imagen de sus amigos y, sin poder evitarlo, la nostalgia se apodera de ella. «A veces pienso ‘¿qué estoy haciendo aquí realmente?'», reconoce. No obstante, después se da cuenta de que puede aprovechar su posición para ayudar a otra gente y darles ánimos.
Como colaboradora del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) quiere llamar la atención sobre la situación que viven muchas personas que se ven obligadas a huir de su país de origen.
De hecho, planea impartir en Berlín clases de natación gratuitas para peticionarios de asilo que han escapado del horror de la guerra. En la capital alemana Mardini ha encontrado su segunda casa. Aquí vive con su madre y dos de sus hermanas en un piso y va de nuevo a la escuela.
Su padre, que está separado de su progenitora, también vive en Berlín y espera poder trabajar muy pronto como entrenador de natación.
Yusra Mardini ve, por ahora, su futuro en Alemania. «Los próximos cinco años voy a quedarme en Alemania. Aquí he empezado una nueva vida», concluye.
Por Matthias Bossaller