Berlín, 23 dic (dpa) – Alemania se ha visto sacudida este año por escándalos que han dañado el mito de país disciplinado, eficiente e incorruptible.
El primer shock llegó el 24 de marzo, cuando un avión de la aerolínea Germanwings que volaba de Barcelona a Düsseldorf se estrelló en los Alpes en el sur de Francia. Las 150 personas que viajaban a bordo perdieron la vida.
La fiscalía francesa llegó a la conclusión de que el copiloto provocó el accidente de forma deliberada. Padecía de depresión y no estaba en condiciones de volar por orden médica, pero lo ocultó a la empresa.
La tragedia fue un duro golpe para la matriz de la aerolínea, Lufthansa, encarnación de la cultura germana de la precisión. La compañía insistió después del accidente en que contaba con «uno de los mejores sistemas de formación de pilotos del mundo».
La catástrofe de Germanwings también cuestionó el recelo de los alemanes por proteger su privacidad, debido a sus traumáticas experiencias del nazismo y la Alemania comunista. Los críticos alegaron que ese marco de rígidas normas permitió al copiloto sortear todos los controles y ponerse al mando del avión.
Otra insignia de Alemania, el Deutsche Bank, cayó del pedestal en medio de una serie de escándalos que llevaron al recambio de su cúpula, formada por Jürgen Fitschen y Anshu Jain.
El otrora poderoso banco tuvo que pagar este año multas récord de 2.500 millones de dólares en Estados Unidos y el Reino Unido por la manipulación de la tasa de interés interbancario Libor. Actualmente es investigado en Rusia por sospecha de lavado de dinero y violación de las sanciones económicas a Moscú.
El banco cayó en la zona de pérdidas, suprimió el reparto de dividendos y anunció que recortará radicalmente la plantilla y que se retirará por completo de diez países.
A mediados de septiembre también temblaron los cimientos de la industria alemana, cuando la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos acusó al gigante automovilístico Volkswagen de manipular los motores diésel para simular menores emisiones de gases en laboratorio.
Volkswagen admitió el fraude que afecta a 11 millones de vehículos en todo el mundo. La empresa también reconoció que trucó motores de gasolina para reducir las emisiones de dióxido de carbono.
El «Dieselgate» sumió al entonces mayor productor de coches del mundo en su peor crisis. Volkswagen es investigada por la Justicia y se estima que el fraude le podría costar hasta 18.000 millones de dólares en multas y demandas judiciales, además de los gastos de la llamada a talleres de los vehículos manipulados.
El presidente de la empresa y ejecutivo mejor pagado del país, Martin Winterkorn, fue defenestrado. La compañía puso en marcha una investigación interna y otra externa, pero insistió en que el grupo de responsables de la manipulación es reducido. También anunció que recortará sus inversiones en 1.000 millones de euros al año.
El fútbol, un ámbito sagrado para el país del actual campeón mundial, quedó también bajo sospecha de corrupción. A mediados de octubre, el semanario «Der Spiegel» insinuó que Alemania había comprado votos para la concesión del Mundial de 2006 con un fondo de dinero negro.
El dinero provenía al parecer de un préstamo de 10,3 millones de francos suizos (hoy unos 6,7 millones de euros) del presidente del fabricante de artículos deportivos Adidas, Robert Louis-Dreyfus, ya fallecido.
El legendario Franz Beckenbauer, jefe de la candidatura y después máximo responsable del comité organizador del Mundial, justificó el dudoso pago alegando que esos 6,7 millones eran para asegurarse una ayuda de 250 millones de francos suizos de la FIFA. El presidente dimisionario de la FIFA Joseph Blatter tachó la versión de «absurda».
El «Kaiser» también perdió el halo de intocable al salir a la luz un documento firmado cuatro días antes de que Alemania ganara la sede. En él se acordaba un pago «en especie» al triniteño Jack Warner, entonces vicepresidente de la FIFA y ahora detenido por corrupción.
Al parecer, el acuerdo entre ambos nunca llegó a entrar en vigor, pero los documentos desencadenaron una crisis en la Federación Alemana de Fútbol que llevó a Wolfgang Niersbach a renunciar a la presidencia a principios de noviembre.
Los alemanes se preguntan ahora si pueden seguir evocando con orgullo aquel junio de 2006 que dio una imagen de país abierto y alegre, muy distinta del estereotipo de este pueblo que predomina desde la Segunda Guerra Mundial.
Además, los recuerdos de la terrible época del nazismo volvieron a aflorar este año en suelo alemán. La llegada masiva de refugiados desató una ola de violencia xenófoba que también tuvo su expresión en las marchas semanales del movimiento islamófobo Pegida en Dresde.
Al tiempo que miles de alemanes se mostraron solidarios, casi a diario se sucedieron ataques a centros de refugiados. Hasta mediados de noviembre se contaron 1.610 delitos de este tipo, casi el doble de los registrados en 2014.
Gran conmoción causó un atentado racista en octubre. La candidata a los comicios municipales Henriette Reker fue apuñalada por un hombre en plena calle. Reker se había encargado hasta entones de la política de refugiados de Colonia. Una operación de urgencia le salvó la vida y fue elegida alcaldesa de la ciudad.
Por María Laura Aráoz