El tardeo ha cambiado horarios y costumbres, pero no lo esencial: reunirse en el bar de siempre para ver a tu equipo de fútbol y esperar por las croquetas. Una tapa que es mucho más que un complemento y que forma parte de esos momentos compartidos que se repiten fin de semana tras fin de semana.

Una ración que marca el ritmo
Las croquetas no se comen todas igual ni al mismo tiempo. Al principio se prueban con calma, casi como tanteando el terreno. Luego, cuando el partido se anima, el plato empieza a vaciarse más rápido. Un gol acelera el ritmo. Una ocasión fallada hace que alguien alargue la mano sin mirar.
No necesitan explicación. Crujientes por fuera, calientes por dentro y lo bastante pequeñas como para comerse de un bocado. Eso las convierte en la tapa perfecta para no perderse nada del juego. No interrumpen la conversación ni obligan a apartar la vista de la pantalla.
El dilema de la última croqueta
Toda ración de croquetas lleva implícita una pregunta que nadie formula en voz alta: ¿quién se queda con la última? Hay quien hace como que no la ve, quien la parte por la mitad y quien espera a que alguien más dé el paso. A veces se queda sola en el plato durante minutos, como si nadie quisiera ser el primero en romper el equilibrio.
Ese pequeño juego dice mucho del momento. De la confianza del grupo, del ambiente del bar, del punto exacto en el que está la tarde. La última croqueta no se decide con palabras, sino con miradas y silencios breves. Cuando alguien la coge, todo sigue igual.
Croquetas que acompañan, no distraen
Las croquetas funcionan porque no reclaman atención exclusiva. Están pensadas para acompañar, no para protagonizar. Se comen mientras se discute una falta, se celebra un gol o se lamenta una ocasión clara. Van bien con cerveza, refresco o vino, sin pedir combinaciones raras.
Son una tapa transversal. Gustan a quien viene por el fútbol y a quien viene por la charla. A los que saben de táctica y a los que solo miran el marcador. A familias, grupos de amigos y habituales del bar. No exigen contexto ni presentación.
Cuando la tarde se alarga
Muchas veces el plan no era quedarse tanto. Un partido lleva a otro, una ronda a la siguiente, y las croquetas vuelven a aparecer sin que nadie las pida explícitamente. Ya forman parte del ritual. No son el motivo principal, pero ayudan a que el tiempo se estire.
Quizá por eso funcionan tan bien en el tardeo. Porque encajan con esa forma de estar sin prisa, de compartir sin complicaciones. Fútbol, conversación y una ración de croquetas que desaparece poco a poco. A veces, eso es todo lo que hace falta.
