La Psicología infantil ofrece una mirada valiosa para comprender lo que ocurre a muchos niños cuando entran en la etapa que todos conocemos como preadolescencia. Los expertos señalan que suele llegar entre los 10 y los 12 años y que transforma la manera de pensar, de sentir, de relacionarse y hasta de interpretar el mundo. Aunque muchas familias asocian la adolescencia a los grandes saltos, es en estos años previos cuando comienzan a formarse muchas de las relaciones, emociones y dinámicas que influirán en su bienestar emocional.

La preadolescencia es un periodo de transición con identidad propia. No son niños pequeños, pero todavía no viven plenamente la adolescencia. Este punto intermedio les genera curiosidad, inseguridad y, sobre todo, una necesidad creciente de definir quiénes son. Para las familias, entender este proceso ayuda a acompañar sin agobiar, orientar sin imponer y sostener sin caer en la sobreprotección.
Cambios que marcan el inicio de esta nueva etapa
Los primeros cambios suelen ser físicos: el «estirón», los ajustes hormonales, los primeros signos de maduración o las comparaciones entre compañeros de clase. No todos avanzan al mismo ritmo, y esa diferencia puede influir en cómo se ven a sí mismos. Algunos se sienten demasiado adelantados, otros creen que van a destiempo. En ambos casos es importante normalizar la diversidad y evitar que esa percepción derive en baja autoestima o vergüenza. La ayuda de profesionales siempre es importante, de ahí de confiar en centros como el que te mencionaremos más adelante.
Al mismo tiempo, su forma de pensar evoluciona. Empiezan a elaborar razonamientos más complejos, detectan contradicciones en el discurso adulto y se muestran más críticos con lo que consideran injusto o poco coherente. Ese nuevo pensamiento no siempre va acompañado de las herramientas emocionales necesarias para gestionarlo, lo que explica parte de los conflictos cotidianos que surgen en casa.
También se intensifican las emociones. Lo que ayer pasaba desapercibido hoy puede convertirse en motivo de disgusto. La sensibilidad aumenta, la frustración aparece con más frecuencia y la necesidad de aprobación del grupo se vuelve más visible. Esta montaña rusa emocional no es un signo de inestabilidad, sino parte natural del desarrollo.
El papel de la familia en un momento de búsqueda
Uno de los cambios más evidentes es el equilibrio entre independencia y necesidad de apoyo. Reclaman autonomía, pero a la vez buscan seguridad. Este movimiento pendular puede confundir a los adultos, aunque forma parte del proceso. Lo recomendable es mantener límites claros, flexibles y coherentes, explicados con calma y sin dramatismos.
Las relaciones dentro del hogar también se transforman. El diálogo directo convive con momentos de silencio y pequeñas distancias que no deben interpretarse como rechazo. A menudo necesitan tiempo para ordenar lo que sienten antes de expresarlo. La paciencia y la escucha activa son más útiles que las preguntas constantes.
La tecnología añade otro desafío. Aparecen las primeras demandas de mayor privacidad, móviles, redes sociales o videojuegos online. No se trata de prohibir, sino de acompañar: enseñar riesgos, promover un uso responsable y establecer normas que protejan su bienestar y su descanso.
Preparar la adolescencia con herramientas reales
La preadolescencia es una etapa clave para fortalecer la educación emocional. Hablar de sentimientos sin juicios, normalizar la tristeza, la frustración o el enfado, y fomentar la expresión sana de lo que les preocupa crea una base sólida para los años posteriores. Cuanto más natural sea esta comunicación, mejor gestionarán los retos que vendrán.
Otra área fundamental es la autonomía. Dejar que tomen pequeñas decisiones, que participen en tareas del hogar o que organicen parte de su tiempo les ayuda a construir seguridad. Es un entrenamiento gradual para la independencia que reclamarán más adelante.
Cada niño vive este proceso de forma distinta. Por eso, algunas familias optan por consultar a profesionales especializados en desarrollo infantil cuando perciben dudas o dificultades concretas. Una orientación externa aporta claridad, herramientas y un espacio seguro para abordar emociones o conductas que a veces resultan difíciles de gestionar en casa. En este sentido, los especialistas de Abaterapia trabajan con enfoques adaptados a cada menor, ayudando a comprender mejor sus cambios y a acompañarle de forma positiva en esta etapa de crecimiento.
Un periodo sensible, pero lleno de oportunidades
La preadolescencia no debe verse solo como un paso previo a la adolescencia, sino como un momento decisivo por sí mismo. En estos años se afianzan valores, se construyen vínculos más maduros y se desarrolla gran parte de la identidad personal. Con acompañamiento, paciencia y comunicación, puede convertirse en una etapa enriquecedora tanto para los niños como para las familias.
