Antes bastaba con una frase sencilla: “mañana nos vemos”. No hacía falta confirmar, ni enviar mensajes, ni compartir ubicaciones. Las quedadas se daban por hechas, los relojes eran suficientes y la palabra valía más que cualquier notificación. Había algo espontáneo, casi mágico, en confiar en que la otra persona estaría allí, sin recordatorios ni excusas.

Hoy, cada encuentro pasa por una cadena de mensajes: “¿a qué hora quedamos?”, “te mando la ubicación”, “te escribo cuando salga”. La inmediatez manda, y todo se coordina en segundos. Ya no improvisamos tanto, y quizás por eso, a veces, nos vemos menos. El te mando un WhatsApp sustituyó al nos vemos mañana, y sin darnos cuenta, perdimos un poco de esa costumbre de contar con el otro sin necesidad de confirmaciones.
No es nostalgia, es cambio. Las pantallas nos acercaron y, a la vez, nos hicieron más cautelosos. Ahora avisamos antes de llamar, mandamos audios en lugar de hablar y llenamos los silencios con emojis. Hemos ganado velocidad, pero a veces perdemos profundidad.
Y sin embargo, lo esencial sigue ahí. Las ganas de vernos, de compartir un rato, de reír sin mirar el reloj. Por muy digital que sea la vida, seguimos necesitando los abrazos que no se envían por mensaje, las charlas cara a cara, los cafés que se alargan más de la cuenta.
Quizás el reto no sea volver atrás, sino aprender a usar la tecnología sin dejar que nos robe la costumbre de vernos de verdad.
Porque un te mando un WhatsApp puede ser el principio de un encuentro… siempre que recordemos que el mejor mensaje sigue siendo el que se dice en persona.