En los nuevos tiempos de redes sociales y juicios rápidos, las opiniones sin conocimiento pueden frenar proyectos y desanimar a quienes luchan por sacar adelante sus sueños.

Hay personas que construyen y otras que opinan. No siempre hay malicia en ello, pero a veces, sin darse cuenta, las palabras se convierten en peso. En una sociedad donde todos hablan de todo, la crítica se ha vuelto costumbre, y no siempre con conocimiento o empatía.
Mientras unos se esfuerzan por levantar proyectos, negocios o sueños personales, otros observan desde la distancia y juzgan lo que no entienden.
Emprender —sea en lo profesional, lo artístico o lo vital— nunca ha sido fácil. Requiere tiempo, constancia y, sobre todo, resistencia emocional. Lo difícil no suele ser empezar, sino sostener la ilusión cuando el entorno opina más de lo que apoya. Y lo curioso es que muchos de esos juicios vienen de quienes nunca se atrevieron a intentarlo.
En los pueblos, en las ciudades pequeñas y también en el mundo digital, esa actitud tiene un mismo efecto: desgasta. Las palabras mal dirigidas pueden hacer que alguien dude de sí mismo, que se detenga justo antes de alcanzar lo que tanto esfuerzo le costó iniciar. No porque falle su idea, sino porque el ruido exterior eclipsa la motivación interior.
Hay una envidia silenciosa que no siempre se reconoce, una mezcla de escepticismo y miedo a ver a otros avanzar. Se disfraza de consejo, de prudencia o de ironía. Pero en el fondo, lo que transmite es rechazo a todo lo que se sale de lo común. A los que intentan, a los que crean, a los que sueñan en voz alta.
Sin embargo, lo que diferencia a quienes consiguen sus metas no es la ausencia de crítica, sino la capacidad de seguir adelante pese a ella. Los proyectos sólidos no nacen de la aprobación, sino de la convicción. Quien trabaja con pasión aprende a escuchar lo necesario y a dejar pasar lo que no aporta.
Quizás el verdadero reto hoy no sea solo crear, sino protegerse de la opinión gratuita. Aprender a convivir con ella sin que marque el ritmo. Porque en realidad, las críticas injustas dicen más de quien las emite que de quien las recibe. Y porque cada paso que da una persona hacia su sueño es, en sí mismo, una forma de resistencia frente al conformismo.
El respeto debería ser el punto de partida de cualquier juicio. Nadie conoce las renuncias, las horas de trabajo o las dificultades que hay detrás de un proyecto. Opinar sin saber es fácil; comprender exige mirar más allá de la superficie.
Por eso, apoyar a quienes intentan mejorar su entorno, crear empleo, promover cultura o simplemente vivir de lo que aman no es un gesto menor: es una manera de construir comunidad. Y cuando una sociedad aprende a admirar más que a criticar, todos avanzan un poco más rápido.
Nacho Bermúdez