(dpa) – Los ciclistas, los peatones y los habitantes de las ciudades que respiran los humos del tráfico no son los únicos afectados por los efectos nocivos para la salud: una nueva investigación demuestra que muchos conductores de automóviles tampoco están protegidos de la contaminación cuando están al volante.
Según la Universidad de Washington, los atascos no solo pueden provocar frustración o enfado entre los conductores o pasajeros, sino que el aire contaminado por los gases del escape se filtran en el habitáculo, elevando la tensión arterial.
«La inhalación de contaminación atmosférica relacionada con el tráfico en un coche con aire sin filtrar se asoció con un aumento de 4,5 mm Hg [mercurio] en la presión arterial», descubrieron los investigadores de Seattle.
«Este cambio en la presión arterial se produjo rápidamente, alcanzó su punto máximo a los 60 minutos de la exposición y persistió durante 24 horas», señalaron, en un artículo publicado en la revista «Annals of Internal Medicine».
Para las personas que no tienen más remedio que desplazarse al trabajo por carretera, los filtros de aire ayudan a mantener baja la tensión arterial incluso cuando se conduce en medio de la contaminación del tráfico, señalaron los autores del estudio.
Los conductores y pasajeros que viajaban en coches sin una buena filtración experimentaron «aumentos netos significativos de la presión arterial en comparación con los que conducían con filtración en el vehículo», informaron los investigadores.
Según ellos, esto demuestra que «los efectos de la contaminación atmosférica sobre la presión arterial pueden reducirse con una filtración eficaz del aire del habitáculo».
La contaminación atmosférica -que incluye la provocada por fábricas, incendios forestales y otros factores, además del tráfico- fue señalada recientemente por la Universidad de Chicago como responsable de la reducción de la esperanza de vida en varios países asiáticos.
Una investigación china publicada este año por la revista médica británica «The Lancet» sugiere que hay una relación entre la contaminación atmosférica y el creciente problema de la resistencia a los antibióticos.