(dpa) – El lago es el refugio de gansos canadienses, garcetas y cardenales rojos, y detrás de las flores amarillas de las varas de oro, frecuentadas por las mariposas monarca, se divisan en el horizonte los rascacielos de Nueva York.
«Ya se han identificado aquí más de 300 especies de aves», explica Daphne Yun. «Se construyeron plataformas especiales para que aniden las águilas pescadoras; han tenido tanto éxito que ya no necesitamos montar otras. Una pareja de águilas viene cada año, desde hace 32 años».
Yun viste el uniforme del Departamento de Parques de Estados Unidos y trabaja como guardabosques en el «Jamaica Bay Wildlife Refuge», una reserva natural que, junto a otras zonas verdes del distrito metropolitano de Nueva York, forma parte del Área Recreativa Nacional Gateway, que surgió hace unos 50 años.
Casi nueve millones de personas visitan el lugar cada año, más que los que acogen juntos los parques nacionales del Gran Cañón y la Montañas Rocosas, mucho más conocidos en todo el mundo.
Los bosques, parques y playas del Gateway son una popular zona de recreo para millones de neoyorquinos. Pero a más tardar desde que el huracán «Sandy» azotó la metrópolis en 2012, también están a la vanguardia de la lucha de la ciudad contra el cambio climático.
Sobre todo «Jamaica Bay». La bahía separada del océano Atlántico por la estrecha península de Rockaway, en el sureste de la metrópoli y a lo largo de los barrios de Brooklyn y Queens, comprende unos 70 kilómetros cuadrados de agua, marismas y todo un archipiélago.
Desde aquí, se tarda alrededor de hora y media en transporte público en llegar a los rascacielos de Manhattan. Para muchos visitantes de Nueva York, la bahía de Jamaica, cuyo nombre no tiene nada que ver con el país del Caribe, sino que procede de la lengua nativa lenape, es lo primero que ven de la ciudad, porque el gran aeropuerto de John F. Kennedy está construido justo al lado.
Decenas de miles de personas viven hoy directamente frente a la bahía y sufren inundaciones una y otra vez, por lo que muchas casas fueron construidas sobre pilotes.
Científicos de la Universidad de Nueva York advierten de que, debido a la subida del nivel del mar y al aumento de las inundaciones, vivir directamente junto a la bahía podría ser «insostenible» en 2050 e imposible a finales de siglo si el cambio climático sigue en curso como hasta ahora.
Cuando «Sandy» dejó grandes destrozos tras su paso por Nueva York en 2012 y causó la muerte de 44 personas solo en el área metropolitana, la zona que rodea la bahía de Jamaica fue una de las más afectadas. Las autoridades estiman los daños en infraestructuras, edificios y economía en 19.000 millones de dólares (unos 18.000 millones de euros).
En la reserva natural de Jamaica Bay, las masas de agua derribaron un terraplén entre la bahía y un lago artificial de agua dulce situado detrás, que muchas aves migratorias utilizan como lugar de descanso. «Eso (nos) dejó sin aliento de una manera terrible», comenta la guardabosques Yun. «Ahí había un camino que, de repente, desapareció».
Sin embargo, la tormenta aumentó el compromiso de la gente de la zona con la protección del clima, explica Terri Carta, de la organización ecologista Jamaica Bay-Rockaway Parks Conservancy.
«Ahora estudiamos cómo estas comunidades tan vulnerables que viven alrededor de la bahía pueden formar parte de soluciones sostenibles y de un futuro mejor. Desde nuestra perspectiva, eso empieza por conectarlas con la naturaleza que protege nuestras costas».
La organización ecologista, otras entidades y el Departamento de Parques de Estados Unidos cooperaron para reconstruir el terraplén. Ahora buscan la mejor manera de fortificarlo contra posibles tormentas, con una idea completamente nueva para la bahía de Jamaica. «Queríamos una ‘costa viva’, es decir, aprovechar elementos de la naturaleza para protegerla», señala Carta.
Además de arena, tierra, conchas de ostras, plantas y esteras de fibra de coco, hubo algo que funcionó muy bien: los árboles de Navidad que los neoyorquinos desechan al final de las fiestas de fin de año.
Envueltos en arpillera de fibras naturales, los abetos refuerzan ahora una parte de la bahía de Jamaica: «Recorrimos la costa con la marea baja y observamos lo que el agua se llevaba rápidamente y lo que no. Los árboles de Navidad fueron una idea brillante. Funcionaron».
Por Christina Horsten (dpa)