(dpa) – Los observadores de aves que participan en una de las numerosas excursiones por el mayor humedal de Europa, el Parque Nacional de Doñana, en la Costa de la Luz, al sur de España, no caben en sí de entusiasmo. El aire es fresco y claro; un delicado aroma de hierbas silvestres inunda el paisaje. A lo lejos, unos 50 ciervos pastan tranquilamente junto a un cañaveral habitado por zancudas espátulas blancas. Un milano real atraviesa el cielo.
Sin embargo, este idilio bañado por la luz matutina es engañoso. Aquí, en Andalucía, se está produciendo una catástrofe medioambiental, a la que también contribuyen los consumidores de fresas de Alemania y otros países europeos. El elevado consumo de agua para el cultivo del «oro rojo» está contribuyendo a la desecación de este paraíso natural.
En la actualidad, este Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, también está atrapado en los molinos de la campaña electoral española. Después de las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo se celebrarán ahora elecciones generales anticipadas el 23 de julio.
Con los votos del partido populista de derechas Vox, el conservador Partido Popular (PP) que gobierna en Andalucía ha presentado una ley para regularizar las zonas de cultivo ilegales. La Comisión Europea amenazó inmediatamente a España con fuertes multas por violar las leyes medioambientales. El Gobierno central de izquierdas de Madrid acusó al PP de irresponsabilidad y anunció un recurso de inconstitucionalidad.
La disputa llegó a tal extremo que la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, tuvo incluso que defender al comisario de Medio Ambiente, Virginijus Sinkevicius, de la acusación del PP de que había tomado partido por el Gobierno de Madrid.
El Partido Popular argumenta que, según su plan, las zonas de cultivo solo se ampliarían una vez que el Gobierno central haya puesto en marcha los proyectos de infraestructura prometidos desde hace tiempo para el suministro de aguas superficiales, y que no está previsto extraer más aguas subterráneas.
Juanjo Camaro, experto de la fundación ecologista WWF, sacude la cabeza en señal de desaprobación. «En realidad, no hay agua suficiente para tantos campos de fresas, ni subterránea ni superficial», afirma. Además, señala, el agua superficial no está destinada en modo alguno a sustituir a los cerca de 1.000 pozos profundos que se han perforado ilegalmente.
Mientras tanto, la destrucción del paraíso natural de Doñana continúa. El importante cuartel de invierno de aves migratorias y hábitat de muchos animales raros como el lince ibérico, el águila real, flamencos, cigüeñas, garzas reales, moritos comunes o martinetes, así como especies acuáticas en peligro de extinción, se ha secado casi por completo, incluso en la primavera (boreal), época del año en la que todavía debería haber miles de lagunas. Sin agua, los animales y las plantas mueren y sus hábitats se pierden irremediablemente. La consecuencia es un paisaje de matorrales y estepas.
«El nivel freático ha descendido hasta una profundidad de cinco a seis metros en algunos lugares», asevera el guía turístico Nacho Camino, dibujando un sencillo diagrama en el suelo arenoso para los consternados amantes de la naturaleza: una línea recta para la superficie de la tierra, un poco más abajo una línea ondulada para el nivel freático.
Una de las razones es la sequía, que no solo afecta a Andalucía, sino a casi toda España. Los científicos llevan tiempo advirtiendo de que el cambio climático hace más probables estos fenómenos meteorológicos extremos. «Ahora tenemos en la primavera una situación de sequía como la que solemos tener solo en pleno verano. Y el próximo será terrible», teme Nacho.
El enorme consumo de agua para el cultivo de fresas, así como de arándanos y frambuesas en torno al paraíso natural, ha llevado la situación a un límite catastrófico. El 80 por ciento de la fruta se exporta, a Alemania y otros países. Manuel Delgado, portavoz de la Asociación de Agricultores de Almonte, explica que se necesitan unos 4.500 metros cúbicos de agua por hectárea y año para las plantaciones de bayas. Los pozos por los que se extrae demasiada agua del parque nacional tienen hasta 60 metros de profundidad.
«Hay que encontrar un equilibrio entre la conservación de la naturaleza y la agricultura», exige Camaro, de WWF, que lleva más de 20 años luchando por la protección del humedal. «Si solo existieran las cerca de 10.000 hectáreas de tierras de cultivo de regadío legal de la región, quedaría agua suficiente para Doñana», puntualiza.
Sin embargo, en los últimos años, los agricultores han perforado pozos ilegales, desde los que se bombea agua para unas 1.600 hectáreas de tierras cultivadas igualmente ilegales. «Estas extracciones adicionales están acabando con el parque nacional», teme Camaro. La entidad española reguladora del agua asegura haber sellado ya cientos de esos pozos, pero los agricultores se limitan a perforar otros nuevos.
Las respuestas a la pregunta de cómo es posible esto en un Estado constitucional son muy variadas. Según Camaro, algunos agricultores de la región simplemente han ampliado un poco sus zonas legales. «Si un agricultor que toma agua ilegalmente de repente conduce un coche más grande y puede comprarse una casa de vacaciones junto al mar, su vecino hará lo mismo», ha observado.
Delgado relata algo parecido: «Hicieron lo que quisieron. Desbrozaron rápidamente un trozo de bosque por la noche y luego plantaron nuevos campos de fresas», explica, y añade que esto no ocurre en Almonte, pero sí más al oeste, hacia Huelva.
El portavoz de los agricultores de la zona de Huelva disiente. «Solo representamos a explotaciones que funcionan legalmente», asevera Julio Díaz, y asegura que no sabe nada de pozos ilegales. En su opinión, la culpa de la miseria la tiene el Gobierno central, que no ha construido las infraestructuras prometidas para canalizar las aguas superficiales de otras regiones hacia las plantaciones de fresas. Los agricultores, porsigue, no deberían ser castigados por estos fallos del gobierno de Madrid quitándoles el agua. «Cuando por fin se construyan las líneas de abastecimiento de agua superficial, cerraremos todos los pozos de aquí», afirma Díaz.
Álvaro Bernat no comparte este optimismo. «El cambio climático acabará con el cultivo de la fresa y otras frutas en esta región», afirma este estudiante de Protección del Medio Ambiente y Gestión Forestal de la Universidad de Huelva. Bernat explica que el cultivo de frutas se desplazará cada vez más al norte, a Francia, por ejemplo, debido al aumento de las temperaturas, y que, a causa del descenso del nivel de las aguas subterráneas debajo de Doñana, comenzará a penetrar el agua del mar. «Esto se acabará a más tardar cuando empiece a salir agua salada de los pozos», puntualiza el estudiante.
Por Jan-Uwe Ronneburger (dpa)