(dpa) – Cerrar un día estresante con algo dulce delante del televisor puede sentirse como un mimo a uno mismo. Si conoce bien este tipo de situación, sepa que no está solo.
Porque lo que comemos no depende solo de nuestra sensación de hambre. Más bien tiene que ver con costumbres y emociones. Y estas últimas las regulamos muchas veces con ayuda de comida.
Dicho de otra manera: nos basamos en que la tableta de chocolate nos hará más fácil manejar la tristeza, la rabia o el estrés.
Vínculo entre comida y sensación de protección
«Cuando comemos, entre otras cosas, segregamos hormonas de la felicidad, que ayudan a calmar nuestro sistema de tensión», dice la psicóloga Cornelia Fiechtl. «Comer puede fortalecer y consolar, lo que hace que nos sintamos mejor».
Nora-Sophie Nöh, asesora psicológica, médica homeópata y terapeuta corporal, sabe por qué esto es así. «En muchas personas el comportamiento alimentario está fuertemente vinculado con su condición psicológica». Ya temprano en nuestra vida aprendemos que podemos regular las emociones ingiriendo alimentos.
Una explicación posible es que los bebés que son amamantados relacionan la experiencia de la ingesta de alimentos con sentimientos como protección y cercanía. «Más adelante, de niños, es muy típico también que seamos consolados o castigados con golosinas», dice Nöh.
Comer de manera emocional es algo que sucede sobre todo en situaciones de estrés. Pero también en casos de decepción, peleas o soledad. Para detectar esos patrones en uno mismo es importante analizar el comportamiento alimentario.
«Hay que observarse a uno mismo para detectar cuándo aparece esa necesidad especial de algo dulce», dice Fiechtl. Porque detrás de esa necesidad, señala, hay una tensión más elevada en nuestro sistema nervioso.
Quien no encuentra cómo procesar o expresar esa tensión, comenta Nöh, muchas veces recurre a alguna ayuda. «Puede ser la comida, pero también un cigarrillo o un consumo permanente del teléfono móvil».
A ello se suma que por comer dulces aumenta el nivel de azúcar en sangre por lo que recibimos literalmente un chute de energía. Por eso es tan difícil resistir la tentación.
«A muchos la comida les sirve para volver a sentir más el cuerpo. Eso a corto plazo es algo positivo, pero a largo plazo puede llevar a una dependencia», advierte Nöh.
Además, un comportamiento de ese tipo puede dañar la flora intestinal. «Si comemos muchas golosinas y tenemos un elevado consumo de azúcar con ello modificamos también las bacterias de nuestro intestino», dice Nöh.
Y hay que tener en cuenta que la flora intestinal juega un papel importante en la producción de hormonas de la felicidad. «Una mala alimentación puede entonces tener un efecto negativo en nuestro ánimo». A largo plazo, los dulces incluso nos pueden hacer más bien infelices.
Comer con un regusto negativo
Depende de cada caso evaluar cuándo comer emocionalmente puede ser preocupante. «En el momento en que se llega a una tensión psicológica en la persona se convierte en un problema», dice la psicóloga Fiechtl.
«Cuando una persona tiene la consciencia sucia constantemente o la sensación de que ya no puede controlar el tema», entonces comer siempre tiene un regusto negativo y agobia a los afectados.
Además, los sentimientos de culpa o vergüenza son indicios importantes, dice Nöh. «Por ejemplo, si comer se relaciona con un aumento de peso o los afectados se avergüenzan por la falta de disciplina».
En el peor de los casos, comer emocionalmente puede llevar a un trastorno alimentario, también cuando uno se salta comidas por ello.
Para alejarse del comportamiento alimentario emocional hay que estar atentos. «Es esencial observar los propios sentimientos. Muchos afectados tienen esta necesidad emocional de comer cuando tienen mucho que hacer pero a la vez no demasiados recursos en la vida cotidiana», dice Fiechtl.
Los recursos pueden ser pequeñas pausas, movimiento o hobbys. Es decir, pequeñas islas en la vida cotidiana que nos aportan energía.
Muchas veces también es un problema que el comportamiento alimentario esté automatizado. «Abrimos el armario, sacamos chocolate y no pensamos mucho en ello», dice Nöh. «El primer paso, sin embargo, sería un corte entre la necesidad y la reacción».
Porque entonces hay margen para alternativas. Es importante en ese sentido volver a sentir el cuerpo. «A través de determinados ejercicios o de técnicas de respiración uno puede volver a entrar en contacto consigo mismo. Pero también el deporte, el yoga o la música pueden ayudar. Solo así se tiene una posibilidad de escapar al automatismo», señala.
Claro que las emociones y el comportamiento alimentario están tan estrechamente vinculados que no en todas las situaciones podemos diferenciarlos. «Cuando se atraviesan penas de amor o estrés, entonces está perfecto comer un poco más de chocolate», dice Nöh.
Por lo demás, en nuestra sociedad está muy anclado comer emocionalmente, señala Fiechtl. «No nos juntamos a tomar un café y comer algo dulce porque tengamos hambre. Se trata de celebrar y comer juntos».
Por Pauline Jürgens (dpa)