(dpa) – Se abrigó con un jersey de lana, calcetines gruesos, una manta… ¿y aún así pasa frío? Sin embargo, con un poco de conocimiento sobre el cuerpo, e introduciendo pequeños cambios en casa, es posible ganar en confort.
Porque, mientras que algunos se sienten más fácilmente a gusto con el clima gélido, otros prefieren ponerse un grueso pulóver. «Hay diferencias individuales muy grandes en la sensibilidad al frío», comenta Ralf Brandes, profesor de fisiología -área de la medicina que se ocupa de las funciones normales del cuerpo- de la Universidad Goethe de Fráncfort.
Pero, ¿existen trucos mediante los cuales podemos modificar nuestra percepción del frío? Esto se vuelve especialmente importante en vista de los meses de invierno, en los que muchos preferirán no prender la calefacción a raíz de los elevados costes de la energía.
Efectivamente estos trucos existen e involucran a termorreceptores en el cuerpo, que son los que nos hacen percibir el frío y el calor, al generar impulsos nerviosos en función de la temperatura.
De esta manera, le avisan al cerebro si nuestro entorno -o bien algo que tocamos- está frío o caliente. Pero los termorreceptores no solamente están en la piel, sino también en nuestro cuerpo, y eso puede aprovecharse.
Engañar al cuerpo con té, ungüentos y picante
«Cuando se toma algo caliente, eso no significa que todo el cuerpo entre en calor», afirma Brandes, quien también se desempeña como secretario general de la Sociedad Alemana de Fisiología.
«Solamente que los receptores de calor en el estómago se ven estimulados, seducen al cerebro y generan una reacción», indica. Así, tenemos la sensación de que nuestro cuerpo está caliente. Pero, en realidad, el líquido caliente solamente se encuentra en el estómago.
El mismo principio se aplica cuando aplicamos un ungüento que brinda calor o comemos un curry picante. Porque los receptores de calor se activan también con pimienta y chile. Como consecuencia, reportan calor, aunque en realidad la temperatura básica del cuerpo no se modificó.
Muchas veces es también nuestro entorno el que genera esas diferencias en la sensibilidad a la temperatura. «Todo lo que haga que perdamos calor nos hace por lo tanto tener frío más rápidamente», apunta Brandes.
Uno de los ejemplos para esto son las corrientes de aire. En un entorno sin viento, se genera una capa de calor alrededor del cuerpo.
Si se levanta viento, el aire caliente que rodea el cuerpo -por decirlo de alguna manera- se va. Tendremos frío más rápido. Este fenómeno también se conoce como efecto de la sensación térmica.
Por lo menos en nuestras casas podemos intentar contener este fenómeno. Por ejemplo, se puede sellar una ventana a través de la cual un flujo de aire apenas perceptible enfría la piel.
La organización de asesoramiento sin fines de lucro «co2online» recomienda, por ejemplo, rellenar los huecos entre la ventana y el marco con una cinta selladora de espuma o una junta de goma.
También las puertas de las viviendas suelen permitir el paso del aire. Poner un bajopuerta, como un burlete chorizo, es una solución. Pero hay que colocarlo una y otra vez. Un burlete de goma que se fija en la parte inferior de la puerta resulta una alternativa más práctica.
A veces, simplemente ayuda buscar otro rincón de la habitación donde sentarse.
Una persona se sentirá más cómoda cuanto más cerca esté su propia temperatura corporal de la de las superficies de la habitación que la rodea.
Esto se percibe en invierno, por ejemplo, cuando uno se ubica junto a una ventana fría: aquí se siente rápidamente más incómodo que en el resto de la sala calefaccionada.
¿Podemos acostumbrarnos a temperaturas más frías?
Por lo demás, la propia sensación de frío también puede ser entrenada. Un consejo que uno suele leer frecuentemente en este contexto: tomar una ducha fría.
«Eso ciertamente endurece y también tiene varios efectos positivos sobre la salud», expresa Brandes. Sin embargo, no se ha estudiado si las duchas cortas y frías reducen de forma sostenible la sensación de frío.
El cuerpo solamente puede acostumbrarse al frío si está expuesto regularmente a este tipo de clima, aunque existen límites.
«Cuando la temperatura en el núcleo del cuerpo desciende, inevitablemente tenemos que sentir frío para no morir de frío», dice Ralf Brandes. Esto se manifiesta, por ejemplo, en forma de temblores musculares, a través de los cuales el cuerpo produce calor.
Por eso, también es importante mantener dentro de ciertos límites la pérdida de calor del cuerpo. Y, para esto, será decisivo ponerse una gorra.
Porque la temperatura del cerebro, con 38,5 grados, es algo más elevada que la temperatura promedio del cuerpo. Un gesto rápido que ayuda a que perdamos menos calor a través de la cabeza.
Por Ricarda Dieckmann y Simone A. Mayer (dpa)