(dpa) – Ante nada hay que aclarar que tenerle miedo a la anestesia es muy normal. «Es totalmente comprensible», asegura el Dr. Frank Wappler, quien preside la Sociedad Alemana de Anestesiología y Medicina Intensiva. Al fin de cuentas, añade, no hay prácticamente ninguna otra situación en la que uno tenga tan poco control o poder de decisión, observa el experto.
Wappler conoce muy bien las preocupaciones que tienen los y las pacientes antes de someterse a una operación. Muchos se preguntan: «¿Y si no despierto nunca más de la anestesia? ¿Y si no quedo completamente anestesiado durante la intervención?»
Lo que más afecta a los pacientes es perder el control. Eso es lo que más miedo provoca, dice Irmgard Pfaffinger, presidenta de la Asociación de Médicos Especializados en Medicina Psicosomática y Psicoterapia de Alemania. «En esa situación, uno queda totalmente a merced de otras personas. Uno ni siquiera puede respirar por su propia cuenta y debe contar con que el anestesista lo estará asistiendo correctamente con la respiración artificial», añade.
El mayor miedo lo presentan las personas que están a punto de someterse a su primera anestesia. «Para ellos se trata de una experiencia totalmente nueva, y todos le tenemos cierto miedo o respeto a lo que vamos a hacer por primera vez», dice la psicoterapeuta.
Uno de los posibles caminos para deshacerse del miedo es ganar confianza. Tener una consulta previa con el o la anestesista puede ser de gran ayuda.
De ese modo, puede que uno conozca con anticipación a la persona que tendrá a su cargo ese tramo de la operación en el quirófano. Por supuesto, esto no siempre es posible, debido a la complejidad de la organización en una clínica u hospital, acota Pfaffinger, que también trabajó como anestesista. «En esos casos, es necesario depositar esa confianza en los demás» y en la experiencia de la clínica.
Muy importante: en las consultas previas, los y las pacientes pueden plantear todas las inquietudes que tengan. De igual modo, los anestesistas también requerirán mucha información, como el peso corporal, la altura, las alergias y las enfermedades previas. Son informaciones de gran importancia para que la anestesia sea correctamente dosificada.
Además, en la consulta previa con un anestesista también se obtiene información sobre todos los detalles del procedimiento: qué sucede exactamente, cuándo sucede, qué tipo de efectos secundarios pueden aparecer. Frank Wappler está convencido de que es el primer paso para ganar confianza.
El profesional afirma que quienes cuentan con buena información antes de la intervención pueden relajarse mucho más en la operación, y es algo que Pfaffinger también puede constatar. «Cuando un paciente sabe previamente qué sucederá y todo sucede de esa manera, se siente muy aliviado», asegura. Muy por el contrario, leer artículos poco serios en Internet sobre casos catastróficos en el quirófano no ayudará en absoluto, sostiene.
Quien tenga mucho miedo antes de la intervención, debería manifestarlo en las consultas previas. Hoy, estos temas se manejan de un modo muy distinto a como solía hacerse antiguamente. Ya no se suministran calmantes a modo generalizado. Pero quien desee contar con esa medicación, por lo general podrá solicitarla.
Además, los y las anestesistas tienen sus trucos para distraer a cada paciente antes de suministrarle la dosis correspondiente, por ejemplo, a través de un poco de conversación. «Tomando la conversación como punto de partida, hacemos la anestesia», dice Wappler, que trabaja como médico en la Clínica para Anestesiología y Medicina Intensiva operativa en una ciudad alemana próxima a Colonia.
Los anestesistas son exclusivamente responsables de los narcóticos. Suministran primero un calmante, luego, un somnífero. Dependiendo de la magnitud de la operación, pueden suministrar también alguna medicación de relajación muscular.
Wappler asegura que quienes tengan temor de percibir algo a pesar de estar anestesiados, no tienen de qué preocuparse. «Pasamos las manos sobre los párpados del paciente para ver si aún pestañea». Si ya no presenta ningún tipo de reflejo, es seguro que está profundamente dormido.
A partir de ese momento, cuando el paciente entra en la fase de no percibir nada de lo que sucede, se procede a aplicarle respiración artificial. Los aparatos utilizados miden constantemente varias variables como la presión, la frecuencia cardíaca y la saturación de oxígeno en sangre, y emiten las alarmas correspondientes en caso necesario.
Además, el o la anestesista está permanentemente atenta. «Si un paciente comienza a traspirar porque tiene muy poco líquido o se estresa, puedo actuar sobre la marcha», dice Wappler en tono tranquilizador.
Si bien nadie desea que lo operen, el anestesista opina que es mejor pensar que los narcóticos son una bendición de la medicina moderna. También intenta transmitir coraje a los más aterrados contándoles una experiencia que no es nada poco frecuente después de una intervención: «¡Hay pacientes que se despiertan y dicen: ‘Nunca en la vida había dormido tan relajado como hoy!»
Por Christina Bachmann (dpa)