Sierra Nevada, Alpujarra, la costa tropical, el Darro, la Alhambra, Lorca…Granada. Hablar de esta capital es hacerlo de un destino con una reputación internacional como pocas. Es hacerlo de una ciudad llena de vida, donde la tapa es cultura misma.
El quejío que suena en las cuevas del Sacromonte ha embrujado a miles de visitantes que se han sentado en las banquetas a escuchar voces del flamenco puro como Morente. Dejarse llevar por la herencia nazarí deja clara la esencia misma de la ciudad, un lugar de cruce de culturas que acoge al viajero, al que llega de fuera, para ofrecerle lo mejor de sí misma.
Si algo tiene Granada es duende, como dicen los andaluces. Basta pasar una mañana por el centro, alejarse por los pueblos de alrededor o subir a Sierra Nevada para entender por qué es uno de los territorios más valorados del sur de Europa.
Basta disfrutar de las actividades en Granada, por ejemplo, en el Albayzin una noche, en la plaza Bib-Rambla, en la Alcaicería, en la catedral mirando a la cara a los Reyes Católicos, al paseo del Darro, para entender que quien llega a Graná se enamorará de su arte, de su cultura, de su legado.
¿Qué puede ver un visitante que pisa la ciudad por primera vez?
Sin duda, para empezar, debe comenzar por acercarse a su emblema: la Alhambra.
La visita a los palacios nazaríes, al Palacio de Carlos V, al Generalife o su imagen desde el mirador del Albayzin quita la respiración. Es mirar a la historia a la cara, a una época pasada que hoy, siglos después, sigue susurrando sus leyendas y embrujos a quienes transitan por sus salas, por los jardines.
El Albayzin abre sus puertas a través de la Puerta Elvira a cuestas llenas de imágenes y alojamientos pintorescos que dejan sentir al visitante en un mundo mágico…al igual que el cercano Sacromonte, donde el arte de sus cuevas deja claro que el flamenco sigue más vivo que nunca en las gargantas de cantaores que solo necesitan de una guitarra y palmas para erizar el vello.
Un día en la Alpujarra y algunos de sus pueblos más emblemáticos sabe a poco. Porque en esa zona la distancia no se mide en kilómetros, sino en curvas y en vistas. Trevélez, Lanjarón, Pampaneira, la Ragua…ya sea la vertiente más granadina o la que colinda con Almería. Todo es auténtico. Todo sabe a tradición, a esa que sigue acogiendo a quien le visita como si fuera un familiar recién llegado.
La costa, a la que se llega dejando atrás plantaciones de frutas tropicales, con sus pueblos como Almuñecar, Salobreña o La Herradura.
Todo vale para justificar no solo una escapada o unas vacaciones, sino una vida.