(dpa) – Desde la elegante Knokke hasta De Panne, pasando por Brujas: el Flandes belga aguarda al visitante con dos grandes trienales. En una de ellas, el tranvía más largo del mundo conecta un recorrido de más de 60 kilómetros, con arte hasta el mar.
La mitad de su cabeza emerge de la arena, mientras en sus tentáculos aferra un telescopio y una bota. El gigantesco calamar se encuentra en la arena de De Panne, en la provincia belga de Flandes Occidental.
La escultura de bronce fue creada por la galardonada artista multimedia francesa Laure Prouvost. Ella se cuenta entre los alrededor de 20 artistas que participan este año en Beaufort 21, una de las trienales más atípicas, porque se extiende por los diques, playas y dunas de los más de 60 kilómetros de costa belga.
Desde De Panne, con la playa más ancha del Mar del Norte, hasta la estación balnearia familiar de moda de Knokke-Heist: se trata de un recorrido artístico cuyas obras se reparten entre diez ciudades costeras y a las que se puede llegar con un único tranvía, el Kusttram.
A lo largo de 67 kilómetros, con más de 65 paradas, conecta más de 15 balnearios. El tranvía recorre prácticamente toda la costa, en dos horas y 23 minutos, por un precio de 7,50 euros (unos 8,80 dólares) por el ticket diario.
La séptima edición del evento se realiza este año hasta el 7 de noviembre, con obras de arte que se inspiraron en el mar. Incluso las jirafas que extienden sus largos cuellos en Westende en dirección a las olas.
En tanto, las esculturas sobre refrigeradores de Raphaela Vogel indagan en un capítulo oscuro de muchas naciones: el del imperialismo y el colonialismo.
La artista alemana es conocida por sus esculturas monumentales, con las que aborda temas existenciales y políticos en escenarios llenos de humor.
La trienal fue creada en 2003, para «lograr un espacio en el que el mar y el arte puedan encontrarse en un diálogo efímero», según se indicó entonces.
Algunos artistas incluso instalaron sus obras directamente en el mar, como la italiana Rosa Barba con sus sacos de arena de hormigón, que formarán un dique contra el aumento del nivel del mar como consecuencia del cambio climático. «Pillage of the Sea» (saqueo del mar) se hundirá con el tiempo en el agua.
Otra obra de arte en el mar es «Men». Las estatuas ecuestres de la escultora danesa Nina Beier emergen de las mareas desde 2018, ya que muchas de las obras de la Trienal siguen siendo permanentes. Las figuras a caballo ilustran los altibajos de la política al ritmo del flujo y reflujo de la marea.
La gigantesca tortuga dorada de Jan Fabre ya forma parte del paisaje fijo costero desde 2003, al igual que la excavadora con cincel gótico de Wim Delvoye en Middelkerke-Westende y «Christophorus» del holandés Gerhard Lentink, un gigante sin cabeza en las dunas de De Panne.
A pocos kilómetros de distancia, alejándose de la costa, se levanta en Brujas «The Bruges Diptych», de Jon Lott, sobre uno de los canales medievales. El estadounidense se cuenta entre los 13 artistas internacionales de la tercera Trienal de Arte y Arquitectura Contemporáneos de Brujas.
Con su imponente construcción transitable en madera, explora la tensión entre lo interior y lo exterior. Su instalación forma parte del tema de la Trienal de este año, «TraumA», que explora la frontera entre el sueño y el trauma, entre el inconsciente y la conciencia, entre lo visible y lo invisible.
El juego con la imaginación, el esplendor, la fastuosidad y las dimensiones ocultas de la ciudad de Flandes Occidental impregna también la obra de Nnenna Okore. La monumental obra tejida resalta la forma de Poertoren, la vecina torre polvorín de unos 18 metros de altura, y se inspira en la técnica del encaje, un oficio de larga tradición en Brujas.
La ciudad, cuyo centro medieval fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000, quiere forjarse una nueva imagen con la Trienal, que este año se extiende hasta el 24 de octubre.
Brujas, que junto con Amberes y Gante albergó al grupo de artistas de los «primitivos flamencos», se propone demostrar que también es capaz de ser contemporánea.
Por Sabine Glaubitz (dpa)