(dpa) – Tirada en el agua sobre mi tabla para principiantes hecha de espuma, veo a mi izquierda la legendaria Roca del Diablo, una imponente formación rocosa que dio nombre este popular lugar de surf en la ciudad costera marroquí de Tamraght, en el océano Atlántico.
En la ajetreada playa mi instructora de surf Meryem el Gardoum estira ambos brazos en el aire. Con ese gesto lo que intenta decirme es que agarre la ola. Durante el calentamiento, antes de la lección de surf me explicó lo importante que es la comunicación clara a través de señales que se hacen con las manos.
Mientras voy remando con los brazos con todas mis fuerzas, tengo la voz de Meryem en mi cabeza. «Mantén tus brazos cerca de la tabla, de lo contrario sólo desperdiciarás tu energía. Siempre mira hacia adelante o perderás el equilibrio. Y mantén las rodillas relajadas». Son muchas cosas a la vez y por supuesto que olvido algo, pero así y todo llego de manera infalible.
Mientras analizamos los errores, Meryem tiene medio cuerpo en el agua. Lleva un traje de neopreno impreso con flores hawaianas de colores, una gruesa capa de protector solar en su cara y un gran sombrero flexible hecho de paja. La protección nunca es suficiente para cualquiera que pase tanto tiempo bajo el sol abrasador como Meryem.
La historia de una pionera
Meryem no sólo enseña, sino que también surfea, y lo hace más que bien. Ha ganado los campeonatos de surf de Marruecos en cinco ocasiones, la primera de ellas a los 14 años como la participante más joven de su grupo de edad. También ha participado en el Campeonato Europeo varias veces y recientemente terminó octava.
En la actualidad tiene 23 años, pero lleva montando olas desde que tenía 11 años. Aprendió el deporte en la Roca del Diablo de su primo Zaid, quien trabaja en una pequeña tienda de surf. Desde su local se puede ver toda la bahía y desde allí nos saluda.
Mi equipo lo hemos alquilado en su tienda. «En aquella época Meryem siempre se quedaba mirándome. Lo único que hice fue prestarle mi tabla, explicarle lo básico y ver que pasaba”, recuerda Zaid. «Ella fue la primera chica aquí en el pueblo que hizo surf», agrega. Meryem fue la primera mujer que se aventuró a surfear olas junto a hombres y turistas en Tamraght.
Al principio, para disgusto de su familia. Sobre todo, su padre estaba preocupado por la reputación y el futuro de su hija. «Le expliqué que no me interesaban los chicos, el alcohol y las fiestas, sino que simplemente quería hacer surf», recuerda Meryem.
Su padre confió en ella y la dejó entrenar con sus hermanos, primos y otros jóvenes del pueblo. Situaciones como esta son una excepción en Marruecos, porque un deporte extremo como el surf sigue siendo muy contrario al modelo tradicional de las mujeres en el país norafricano.
Un modelo a seguir para otras mujeres
«Poco a poco la mentalidad está cambiando aquí», señala Zaid. «Muchas chicas quieren aprender a surfear hoy, sobre todo por Meryem», agrega. En Instagram, donde cuenta con unos 12.500 seguidores, recibe muchos mensajes de mujeres jóvenes que así lo confirman.
«Cuando las chicas me dicen que soy un modelo a seguir para ellas, me siento orgullosa, sobre todo si puedo contribuir a que a más padres permitan que sus hijas hagan surf», indica.
A pesar de su fama y éxito, Meryem no puede vivir de su carrera como surfista profesional, porque no tiene ningún patrocinador. Cuando llamó a las grandes marcas de surf en Marruecos, siempre recibió la respuesta de que no había presupuesto para las mujeres.
«Los surfistas profesionales masculinos de aquí tienen además sus entrenadores privados. Es tan injusto», afirma mientras frunce el ceño y sacude la cabeza. Cuando se llega a un nivel tal alto se necesita un entrenamiento individual para mejorar y competir internacionalmente.
Los desagradables intentos de contacto
En lugar de centrarse en su propio entrenamiento, Meryem trabaja como instructora asalariada desde hace varios años. Gana unos 20 euros (casi 24 dólares) al día. Desde hace algún tiempo ha estado ofreciendo sesiones privadas de entrenamiento. Por dos horas, incluyendo el equipo y el calentamiento, le pago 500 dirhams marroquíes, unos 50 euros.
Como quiero sacar el máximo provecho de mi lección privada con la mejor surfista del país, me acuesto de nuevo en la tabla, aunque mis brazos ya están tan cansados que apenas tienen fuerza, y lucho por volver a colocarme para volver a coger las olas. Ese es el punto justo antes de que las olas rompan. Otros 30 surfistas están en fila conmigo en el agua, esperando el momento adecuado.
Mientras estoy muy concentrada intentando darle sentido a los gestos que hace Meryem, un tipo comienza a charlar conmigo y me pregunta sobre mis planes para la noche. Le explico cortesmente que ya tengo planes y que estoy muy ocupada. Cuando parece que no le importa, tomo la siguiente mejor ola, fastidio el pop-up, es decir, el salto sobre la tabla, y llego a Meryem de forma bastante desastrosa.
Riéndose, explica que con sus gestos estaba intentando advertirme sobre el tipo, que siempre prueba suerte con sus estudiantes. Pero la mayoría de los surfistas aquí son buena gente, lo que también coincide con la experiencia que he tenido. Desafortunadamente, también hay algunos profesores de surf a los que les gusta aprovecharse de su posición. «Creen que pueden meter a las jóvenes en el agua y después llevárselas a la cama», comenta Meryem mientras sacude la cabeza.
Es precisamente por eso que muchas mujeres prefieren una profesora de surf. Hasta ahora ha tenido poca competencia. Sólo sabe de otra mujer que ofrece clases de surf en Essaouira.
El sueño de un escuela de surf propia
Meryem también prefiere trabajar con mujeres. Ella ha tenido demasiadas malas experiencias con los hombres. Así que sus clientes son principalmente mujeres extranjeras, como yo. Es bastante raro que las mujeres marroquíes tomen clases particulares con ella. Para la mayoría de ellas, es simplemente demasiado caro.
«Ya hago un precio más económico porque quiero que más chicas de mi país se atrevan a lanzarse al agua, pero tampoco puedo hacerlo mucho más barato para ellas», explica. Necesita el dinero para sus planes futuros. Después de que me haya sacado el traje de noeopreno húmedo, tomamos un batido de aguacate en uno de los muchos pequeños cafés del paseo marítimo. Meryem me cuenta que quiere abrir su propia escuela de surf.
«Me encanta enseñar y transmitir mis experiencias. Quiero hacerlo todo paso a paso. En primer lugar quiero abrir mi propia escuela de surf y luego, en algún momento, quiero comenzar a colaborar con un hostal donde se pueda alojar a los huéspedes», cuenta la joven marroquí. Por ahora queda lejos lo de tener su propia casa con cocina propia y habitaciones para albergar a huéspedes.
En realidad, ella quería tener sus primeros grupos ya en esta segunda mitad del año, pero el coronavirus se interpuso en su camino y los turistas se han quedado en casa por la pandemia.
La costa atlántica de Marruecos es un lugar propicio para el surf
Meryem espera que en la próxima gran temporada, a partir de octubre de 2021, todo sea igual que antes de la crisis, porque el turismo de surf ha experimentado un verdadero auge en Marruecos en los últimos años.
La joven veinteañera ha sido testigo de cómo cientos de centros para surf, albergues y escuelas de surf han surgido de la nada en pocos años en la costa del país, entre Imsouane y Agadir. Sin embargo, en 2003 sólo había un centro de surf en el pueblo vecino de Taghazout.
En la actualidad, las cosas se ven muy diferentes, porque no sólo ha crecido el número de pequeños hostales y casas de huéspedes. Desde la terraza del café se tiene una vista de toda la playa de Tamraght hasta Taghazout, que está unos cinco kilómetros más al norte. Hace unos años, sólo había playa y detrás de ella tierra plana entre los pueblos. Pero ahora, se ven grandes edificios alineados que albergan hoteles, algunos acaban de abrirse, otros están todavía en construcción.
«Veo con cierto escepticismo que la zona se esté convirtiendo cada vez más en un lugar de moda, atrayendo a muchos ricos de las grandes ciudades de Marruecos y del extranjero», señala Meryem. Pero a ella le satisface especialmente poder contar con los turistas fans del surf. «En eso se basa mi modelo de negocio», apunta sonriendo. Además, la mayoría de los surfistas suelen preferir lugares pequeños, cuidar el medio ambiente, interesarse por la cultura local y optar por un alojamiento familiar pequeño.
Bajando por las dunas
Además del surf en sí, la zona tiene mucho que ofrecer, de modo que incluso en los días sin olas no hay aburrimiento. En las montañas, un poco más al interior, hay pequeños y auténticos pueblos bereberes a los que se puede llegar a pie. Los que alquilan un coche pueden dirigirse a las montañas del Atlas y después de sólo 25 kilómetros llegan al Valle del Paraíso con sus piscinas naturales y cascadas.
«En el camino, se pasa por varias cooperativas de argán que ayudan a las mujeres de esta región a generar sus propios ingresos», comenta Meryem. Otro destino a unos 30 kilómetros al norte de Tamraght, que le gusta mostrar a sus visitantes, y también en privado con amigos, es el «pequeño desierto». Justo detrás de la playa hay dunas de arena de varios metros de altura, donde se puede hacer «sandboarding» con viejas tablas de snowboard desechadas.
Y antes de irme, la surfista profesional me muestra su lugar favorito de la zona. Después de una hora y media en coche desde Tamraght en dirección a Essaouira, se llega al pequeño pueblo de pescadores de Imsouane. Aunque ha crecido un poco en los últimos años, está lo suficientemente lejos de Agadir como para que las masas no lo hayan descubierto todavía. «Cuando voy allí, voy a surfear, comer pescado y patinar en la puesta de sol. Sencillamente perfecto», concluye.
INFORMACIÓN SOBRE TAMRAGHT (MARRUECOS)
Cuándo viajar: El clima es mayormente seco durante todo el año. Desde mediados de mayo a septiembre las temperaturas rondan los 30 grados, en invierno es algo más suave, en torno a los 20°C. Los surfistas suelen acudir allí entre octubre y abril. Los meses de verano con olas más pequeñas son ideales para los principiantes.
Cómo llegar: Desde Europa hay varias aerolíneas que vuelan a Agadir (al suroeste de Marrakech). Y desde el aeropuerto se puede llegar rápidamente a Tamraght en coche de alquiler, autobús o taxi.
Entrada: Los viajeros de la Unión Europea no necesitan un visado para Marruecos. El pasaporte debe tener una validez mínima de seis meses.
Situación del coronavirus (19.11.): En la actualidad no es posible viajar a Marruecos para las personas sin residencia o parientes en el país. Debido a la pandemia, las fronteras siguen cerradas para los turistas. Marruecos es una zona calificada de riesgo por el coronavirus.
Más información: www.visitmorocco.com
Por Anika Reker (dpa)