(dpa) – Jaan-Laur Tähepold señala un café elegante en la ciudad antigua y asegura: «La semana pasada aún no estaba allí». Al guía turístico ya no le sorprende que aparezcan cosas nuevas por todos lados en su ciudad natal. Una vez estuvo diez meses fuera, afirma, y a su regreso apenas reconocía el lugar.
Tallin está en pleno auge, marca tendencia, se transforma velozmente. ¿Por qué? «Quizás, porque nosotros debimos ponernos al día con muchas cosas que quedaron relegadas durante la era soviética», responde el sociólogo.
El encanto de la industria y la cultura
Tallin está llena de mentes creativas que han convertido derruidas instalaciones industriales en florecientes centros culturales.
Por ejemplo, Telliskivi, una iniciativa privada de visionarios. Allí, donde los soviéticos reparaban las locomotoras cerca de la línea ferroviaria rumbo a San Petersburgo, se ha desarrollado un centro creativo con comercios ecológicos y tiendas de diseñadores, áreas de «co-working», bares, restaurantes, cine, conciertos, mercados de pulgas y docenas de eventos cada mes.
De un nicho alternativo se hizo un lugar de tendencia masiva, aunque se mantuvo la estética tosca. Como en el caso del centro de fotografía Fotografiska, que exhibe obras rotativas de formato mundial.
Desde afuera del edificio no se puede ver, y una vez dentro se deben subir escaleras de hormigón con todo su encanto de una obra en construcción.
Visita a la revalorizada zona del puerto
El barrio Noblessner es una prueba de cómo algo antiguo se puede convertir en algo nuevo. Aquí, la capital de Estonia se abrió recientemente hacia el mar con lujosos complejos de apartamentos y la remodelación de antiguos astilleros donde se construían submarinos.
Desde hace cerca de un año se instalaron el centro de exposiciones de arte Kai y el museo de aventuras Proto, donde los visitantes pueden experimentar en una «bicicleta flotante» o una «máquina voladora» en esferas de realidad virtual.
El visitante vuelve a poner los pies en la tierra en el histórico hangar de hidroaviones que alberga el Museo del Mar de Estonia bajo una cúpula de hormigón armado. Y esto de una manera tan ejemplarmente moderna, que da la impresión de que Tallin está muy por delante del resto del mundo.
Eso tiene un explicación sencilla. Mientras que en los órganos estatales de otros países las montañas de papel crecen hasta el cielo, en las oficinas oficiales de este país todo corre por la vía digital desde finales de los años 90.
Audacia culinaria
El cambio constante alimenta las expectativas e impulsa hacia arriba las exigencias: ¿Dónde abren los sitios más actuales, dónde se encuentran las tendencias culinarias de moda?
Esto es lo que especula alguien como el cocinero Tauno Tamm, de 27 años, quien apuesta a la «nouvelle cuisine» en el barrio de Noblessner.
¿Y cómo lo define él? «Estamos en el proceso de redescubrir la cocina estonia con aquello que proviene del mar, el bosque o las granjas locales. Y nosotros como cocineros lo elevamos simplemente al siguiente nivel, sin que con ello se vaya nuestro ego».
Los estonios, como Tauno Tamm, aman el pan de centeno, los hongos, la cerveza y todo aquello que «las duras condiciones de vida nos han enseñado a cocinar al escabeche», señala el chef, quien se define como un «joven del campo» que adora el puré de patatas con salsa de carne de cerdo.
No muy lejos de su restaurante se encuentra una cervecería que nació de un astillero de barcos. En el santuario, maduran las cervezas en antiguos barriles de cognac, vino y whisky, donde desarrollan sabores especiales.
Sin prestar atención a los requisitos de pureza, los fanáticos de la cerveza artesanal celebran los aromas y ordenan salmón o arenque del mar Báltico para acompañar.
Un viejo, una gorda y un alto
Pero también está la otra Tallin, la tradicional con la «arquitectura hanseática», tal como la denomina Jaan-Laur Tähepold.
El guía pone un trío en juego: el viejo Thomas, la gorda Margarethe y el largo Hermann. El viejo Thomas es la figura de la veleta que luce en lo más alto del Ayuntamiento, la gorda Margarethe es una torre fortificada; el largo Hermann, la alta torre del castillo donde todas las mañana se iza la bandera de Estonia.
En la lista de atractivos turísticos no deben faltar tampoco la catedral ortodoxa rusa Alexander Nevski ni la iglesia de San Nicolás, cuyos salones sagrados fueron convertidos en un museo de arte.
Las joyas de la colección provienen de los talleres de maestros alemanes de la Baja Edad Media, entre ellas «Der Totentanz», del pintor Bernt Notke, y el colorido altar mayor de Hermen Rode. En contraste, se le perdona a la ciudad cierta tristeza en sus grises fachadas.
Helado de ajo y mazapán contra la angustia
En muchos aspectos, Tallin es sin embargo extravagante: coloridas reposeras o tumbonas en la iglesia de San Nicolás, puertas de madera pintadas de celeste, decoraciones en las aceras con plantas en botas de goma como macetas, helados de ajo en un restaurante.
Algunas de las personas que llenan de vida a la histórica Tallin son por ejemplo Georg Bogatkin y Yelena Kapitonova.
Bogatkin, de 65 años, es maestro ceramista y dirige una combinación de café con estudio. Sus tazas, jarras y juegos de platos de pescados de varias piezas «son aptos para lavavajillas», garantiza. Bueno saberlo.
Kapitonova, una mujer de unos 40 años, trabaja como asistente farmacéutica en una de las farmacias más antiguas de Europa, frente a la Plaza del Ayuntamiento.
Desde la sala de ventas conduce a la entrada del museo, donde explica sobre medicinas antiguas. Los penes de ciervo disecados eran buenos para la potencia masculina, mientras que las lombrices en aceite ayudaban al parecer a combatir los dolores estomacales. «Y el mazapán, para el mal de amores», dice Kapitonova mientras sonríe.
Por Andreas Drouve (dpa)