(dpa) – La Torre Eiffel en París, el Atomium en Bruselas, incluso el Pabellón de la Esperanza («Expowal») en Hannover: las Exposiciones Universales han dado vida a obras espectaculares.
Muchas de las estructuras exhibidas en estas Ferias Mundiales, donde todos los países del mundo exponen los mayores avances en ciencia y la tecnología, fueron tan exitosas que se conservaron y se pueden visitar.
Este no es el caso de la Expo de 1967 en Montreal, donde la estrella fue un vehículo conceptual, que los organizadores del evento canadiense encargaron a Alfa Romeo para presentarlo como un bien de producción industrial.
El fabricante italiano no lo pensó dos veces, encomendó el trabajo a la empresa de diseño Bertone y envió a Canadá dos cupés que causaron sensación.
Colocados entre espejos, de tal manera que parecían multiplicarse hasta el infinito, los Alfa Romeo se convirtieron en una gran atracción para las 500.000 personas que visitaban a diario la Expo 67.
«Durante los seis meses que duró la exposición, los italianos recibían todo los días pedidos de América del Norte y el resto del mundo para que el modelo se fabricara en serie», reseñó la portavoz de la marca italiana, Anne Wollek.
Tres años más tarde el coche deportivo celebró su estreno bajo un nombre para el que, al menos por una vez, no se necesitó un gran esfuerzo creativo o la idea de alguna agencia publicitaria. El «Alfa Montreal» tuvo su debut en el Salón del Automóvil de Ginebra en marzo de 1970.
Según Hartmut Stöppel, un experto en Alfa Romeo, el coche no tuvo el éxito esperado. Pero tal vez por eso el Montreal se convirtió en una leyenda y 50 años después sigue siendo un sueño para los fanáticos de la marca italiana.
«Hay muchos Alfas famosos, algunos son más deportivos que el Montreal, otros son más exclusivos y muchos tuvieron más éxito comercial», destaca el alemán. «Pero el Montreal, como uno de los cupés más geniales de los 70, tiene un lugar de honor en esta familia exclusiva».
El Alfa Montreal fue diseñado por Marcello Gandini, cuyo nombre ya sonaba como diseñador del Lamborghini Miura. Tenía solo 30 años y estaba al principio de una impresionante carrera, que lo llevó entre otros a delinear el Lancia Stratos, el Fiat 132 y el Lamborghini Countach.
Gandini utilizó la base del Alfa Romeo Giulia y diseñó un cupé angular de 4,22 metros, que parecía único e inconfundible desde cualquier perspectiva. Los listones delante de los faros, las rejillas de ventilación detrás de las puertas, la tapa del capó: nunca antes se había fabricado algo así y después tampoco.
Los ingenieros desarrollaron cuidadosamente el concepto para un modelo de producción en serie. Aunque a menudo se dice que el Alfa Romeo tiene un motor central, el coche mantuvo el motor delantero del Giulia por razones de costo.
Las rejillas laterales sobrevivieron como puro detalle de estilo. Y aunque hubo mucha resistencia por parte de las autoridades de registro, sobrevivieron incluso los faros cubiertos parcialmente por un sistema hidráulico de persianas que se abren cuando el conductor enciende las luces.
En cuanto al motor, los desarrolladores optaron por un potente V8 Tipo 33. «Sin embargo, los italianos lo domesticaron un poco», admite el experto en Alfa Romeo. Al fin y al cabo, el Montreal iba a convertirse en un Gran Turismo para automovilistas exquisitos y no en un coche para locos al volante.
Por lo tanto, se aumentó la cilindrada de 2,0 a 2,6 litros y se redujo la potencia: en lugar de 191 kW/260 CV el coche entregaba ahora 147 kW/200 CV.
Pero incluso esta potencia era suficiente para un muy buen rendimiento. El Alfa Montreal pasaba de 0 a 100 km/h en 7,6 segundos y alcanzaba una velocidad máxima de 219 km/h.
El Montreal logró competir en una misma liga con el Lamborghini Espada, el Porsche 911 y el BMW 3.0 CSi, también en cuanto al precio.
En su lanzamiento al mercado a principios de 1971, el precio de base del superdeportivo fue de 5,2 millones de liras o 35.000 marcos alemanes. Stöppel detalla que el Porsche 911 S costaba 7.000 marcos alemanes menos.
Incluso medio siglo después aún causa un enorme placer conducir este cupé, aunque haya que acostumbrarse primero al peculiar sistema de transmisión con la primera marcha abajo a la izquierda.
La dirección también requiere de brazos bien entrenados. A pesar de contar con un diferencial de deslizamiento limitado en el eje trasero, el Alfa necesita ser dominado en las curvas demasiado cerradas.
Un paseo en el Alfa Romeo es una experiencia para todos los sentidos, porque no solo deslumbran la carrocería y la espectacular cabina, sino que también el sonido que emana el deportivo italiano es una sinfonía para los oídos.
Sin embargo, Stöppel apunta que solo unos pocos pueden disfrutar de este placer. Los italianos necesitaron tres años para lanzar el modelo en serie y luego otros nueve meses más hasta la primera entrega a principios de 1971.
Entremedio, la fabricación del Montreal se aplazó varias veces. Cuando el cupé dejó de construirse en 1977 solo se habían vendido 3.925 unidades.
«El Montreal es un Alfa Romeo bastante atípico. A diferencia de muchos otros modelos provenientes de la fábrica de Milán, este es un modelo duradero y fiable. Por eso alrededor de un cuarto de todos los coches aún continúa en la calle», destaca el especialista alemán.
El Montreal no es un placer barato. Si bien durante años el precio osciló entre los 30.000 y 40.000 euros (33.000 y 44.000 dólares), una subasta en Estados Unidos disparó su valor en el mercado de coleccionistas.
«Después de que dos fanáticos pagaran hasta 130.000 dólares por este modelo, ahora también hay veces en los que su valor alcanza una cifra de seis dígitos», agrega Stöppel y añade que en los portales especializados hay coches a la venta.
Si bien Stöppel conoce cada tornillo y la historia de la mayoría de los Alfa que se comercian en la actualidad, hay una pregunta que ni siquiera el experto puede responder: ¿Cuántos Montreal se vendieron en Canadá?
Los dos modelos exhibidos en la Expo 67 dejaron hace rato el continente americano. Mientras que la Torre Eiffel sigue en pie en París, el Atomium en Bruselas y el Pabellón de la Esperanza en Hannover, ambos deportivos ahora encontraron su lugar en el museo de la fábrica «La Macchina del Tempo» en Arese, cerca de Milán.
Por Thomas Geiger (dpa)