Berlín, 30 dic (dpa) – Personas con cortes, quemaduras, trauma por explosión o dedos desprendidos. Además, muchos alcoholizados que no pueden arreglárselas solos. Jan Ziegfeld se prepara para la noche del 31 de diciembre pero de otra forma que la mayoría: él tiene guardia como paramédico en la organización no gubernamental de Johanniter, la orden de los Caballeros de San Juan, en la capital germana.
Según afirma, los bomberos, como todos los años, planifican con antelación el estado de excepción que se genera esa noche. Si se toman en cuenta las cifras de intervenciones en incendios y accidentes, «es la noche más ocupada del año».
Mientras que los voluntarios de Johanniter suman vehículos adicionales, también los hospitales se preparan para atender a a aquellos pacientes para los cuales el festejo no termina bien.
El hospital de Berlín especializado en accidentes (UKB) por ejemplo, aseguró que esa noche todas sus salas de cirugía estarán listas para operar. Las clínicas quirúrgicas tendrán su personal completo funcionando a pleno.
Solo en el UKB, el año pasado fueron registrados entre 30 y 70 heridos vinculados a los festejos de fin de año. En el caso de algunos pacientes, se trataba de heridas de gravedad extrema: manos y rostros destruidos por la pirotecnia.
Las asociaciones médicas profesionales advierten: «En ningún otro día del año tantas personas se lastiman las manos como el 31 de diciembre». Eso puede significar, por ejemplo, dedos desprendidos, quemaduras y fracturas, explicaron. También son habituales las heridas en el rostro y los ojos, añaden.
A los hospitales de las grandes ciudades llegan esa noche entre 50 y 60 personas con heridas graves en las manos. La mayoría de los pacientes son hombres, sobre todo de entre 15 y 30 años o de entre 50 y 60. Una parte de ellos quedará con daño permanente.
Las causas de los accidentes suelen ser «experimentos» con pirotecnia, uso de pirotecnia ilegal y la influencia del alcohol.
Las autoridades y los expertos recomiendan por eso adquirir solo productos con certificación europea. Y señalan que niños y jóvenes no deberían encender petardos.
Tampoco deberían dejarse explosivos sin detonar en la calle. Muchas heridas se producen el 1 de enero cuando alguien intenta prender un petardo abandonado.
Un vistazo a la estadística del UKB demuestra que aproximadamente la mitad de las 25 personas con graves heridas en las manos que tuvieron que ser intervenidas quirúrgicamente eran niños. Según una portavoz, hubo amputaciones parciales, dedos desprendidos así como fracturas. La paciente más joven tenía nueve años.
El paramédico Ziegfeld recomienda colocar a los niños tapones para los oídos o auriculares antes de encender la pirotecnia, ya que muchas veces sufren lesiones auditivas.
«El número de lesiones se mantiene a un nivel demasiado alto», enfatiza el médico Pennig. Y aquellos casos donde personas, especialmente niños, sufren heridas sin estar involucrados, «te duelen a tí mismo aún más», dice.
En estos casos es casi imposible encontrar a los autores, «a diferencia de los estadios de fútbol, en los que las cámaras iluminan las gradas, esto no ocurre en absoluto en Nochevieja», explica Pennig.
¿Podrán las zonas libres de pirotecnia que se establecieron este año en puntos centrales de varias grandes ciudades reducir la cantidad de heridos? En el UKB creen que no. «Los heridos llegan de todo Berlín y de los alrededores».
Los profesionales reclaman más información porque consideran que la prohibición oficial de venta de pirotecnia llevará a que la gente la adquiera de manera ilegal a través de Internet. Eso genera un problema nuevo. Por otra parte, consideran difícil de implementar las zonas libres de pirotecnia.
También Ziegfeld se pregunta si las prohibiciones previstas tendrán éxito. Hasta ahora, le tocó trabajar cuatro veces ya la noche del 31 de dicembre en Berlín: en los barrios de Schönberg y Kreuzberg, los «epicentros» de los festejos.
Allí, en determinados cruces de calle, desde grandes multitudes se lanzan cohetes y petardos a todo lo que se mueve. Por eso, al menos tiene la esperanza de que las zonas de prohibición eviten ciertas dinámicas de grupo.
Por Lennart Stock y Gisela Gross (dpa)