Venezuela está sumergida en estos momentos en la peor crisis de toda su historia, no sólo en el ámbito político sino en el ámbito económico.
Se trata de un país que actualmente no cuenta ni siquiera con los servicios básicos de electricidad y agua. Algunos estados del territorio están padeciendo su peor pesadilla porque viven en penumbras desde hace más de 2 meses, mientras que otros, tienen la “suerte” de contar con el servicio eléctrico, pero con intermitencia. Es decir, la luz viene y va.
En medio de ese caos, es imposible pensar que un ciudadano promedio en Venezuela, que está luchando por sobrevivir y que probablemente está pasando hambre, pueda trabajar y ejercer sus labores cotidianas con total plenitud. Realmente es imposible.
Eso sin mencionar la diatriba política que afecta al país desde enero de 2019, con dos presidentes (uno legítimo y otro ilegítimo), con dos parlamentos y con un indudable clima de tensión entre quienes usurpan las funciones y se niegan a dimitir y entre quienes luchan diariamente por seguir el camino de la democracia, en manos de Juan Guaidó.
Por lo tanto, no es de extrañar que en una situación como esta, no sólo la crisis destruya la economía del país petrolero, sino que destruya también el empleo y el crecimiento productivo del país.
De acuerdo con un informe reciente publicado por el Fondo Monetario Internacional, la tasa de desempleo en Venezuela se está elevando a unos niveles nunca vistos en el mundo, desde el final de la guerra de Bosnia hace más de dos décadas.
El informe denominado “Perspectivas Económicas Mundiales” asegura que el desempleo alcanzará el 44,3% en 2019 y afectará a casi la mitad de la fuerza laboral de Venezuela en 2020.
La crisis venezolana es una de las catástrofes económicas más profundas que haya sufrido una nación fuera de la guerra. Sólo este año, la producción de la nación se reducirá en un cuarto, la mayor a nivel mundial desde el inicio de la guerra civil libia en 2014, según el Fondo Monetario Internacional.
Pero, además, esta crisis se ha vuelto tan incontrolable que está generando un arrastre considerable en el crecimiento no sólo en América Latina, sino también en los mercados emergentes en general.
Muchas empresas y tiendas permanecen cerradas en lo que alguna vez fueron los distritos comerciales más concurridos de la capital, Caracas. Dentro de los barrios de Sabana Grande y Las Mercedes, pocas personas deambulan las tiendas cuyos estantes están completamente vacíos o abarrotados con un solo producto. El personal básico difícilmente puede sobrellevar la escasez y la hiperinflación a la tasa actual.
Por otro lado, las ofertas de empleo en Venezuela cayeron un 42 por ciento en marzo en comparación con el mismo mes del año anterior, según la consultora venezolana Econométrica.
En pocas palabras, el país está derrumbándose a unos niveles alarmantes. No hay luz, no hay comida, no hay agua y ahora tampoco hay empleo.
Y muchos venezolanos se preguntan, qué más tiene que pasar en Venezuela para que la comunidad internacional se solidarice en su totalidad, qué más tiene que soportar el pueblo venezolano para que algunos políticos de la oposición reaccionen y se den cuenta que el narcogobierno que somete cruelmente a Venezuela, no caerá por las buenas.
Es tiempo de poner en marcha todas las opciones, es tiempo de evaluar la necesidad de una intervención militar extrajera. Es tiempo de hacer algo. Los venezolanos ya no aguantan más.
Soraya Andreina Pérez