San Sebastián, 2 oct (dpa) – Tras ganar el Oscar a la mejor película extranjera con «Ida», Pawel Pawlikowski quería hacer una película de amor. Pero ¿cómo captar lo absoluto de algo en continuo cambio? Situándolo en una época más simple, renunciando a la «distorsión» del color y utilizando la música como nexo. «Cold War», que llega el viernes a los cines españoles, es un tributo a sus padres.
El filme, que le valió al cineasta polaco el premio a la Mejor Dirección en el festival de Cannes, cuenta la historia de amor que surge entre un músico, interpretado por Tomasz Kot, y una joven campesina con buena voz (Joanna Kulig) cuando ésta acude a hacer una audición organizada por el Gobierno para recuperar la música popular en la Polonia comunista en los albores de los años 50.
Ante las crecientes presiones de las autoridades para politizar la cultura musical, él decide huir a la Alemania occidental durante una actuación, pero ella no se atreve a seguirlo. Así comienza un periplo por distintos países europeos en plena Guerra Fría que pondrá a prueba la solidez de sus sentimientos.
La película es un homenaje a sus propios padres, cuenta Pawlikowski (Varsovia, 1957) en entrevista con dpa en San Sebastián, donde presentó su película, que llegará a Argentina el 11 de octubre.
«La historia está inspirada en su relación complicada y tempestuosa: se conocieron cuando eran jóvenes, se enamoraron, se traicionaron, se separaron, se casaron, se fueron del país separados, se casaron con otras personas, se volvieron a juntar y murieron juntos».
Sin embargo, su increíble historia -aunque no siempre bonita- era demasiado desordenada para llevarla con fidelidad a la gran pantalla, por lo que el cineasta tuvo que inventar otros personajes, condensar cuatro décadas de amor y añadir la música como elemento aglutinador.
El resultado es una historia propia, sobrevolada por el fantasma de sus padres, en la que vuelve a utilizar el blanco y negro y el formato 4:3 que tanto éxito le reportó en «Ida», aunque no era la intención original.
«Al principio pensaba usar el color, pero no podía encontrar una paleta adecuada para retratar la Polonia de los años 50, una época gris, sin electricidad en el campo y sin ropa de color», cuenta. «El blanco y negro era la forma más honesta de hacerlo».
Sin embargo, no es el mismo blanco y negro de «Ida», sino «mucho más contrastado, un blanco y negro con mucho más drama», como requería una película que habla de conflictos. Y mientras en «Ida» la cámara es estática en consonancia con una historia de meditación, en «Cold War» la energía de la protagonista requiere movimiento.
El blanco y negro era una apuesta que si en un principio parecía arriesgada -Pawlikowski concibió «Ida» para poca gente- resultó una receta de éxito. Pero no es el éxito lo que busca este cineasta, sino una especie de escapismo, confiesa. «Me gusta fotografiar un mundo no contaminado con los colores, dentro del que yo mismo quiero estar».
El cineasta de 61 años rehuye ese «ruido» del color, pero también las distorsiones del mundo actual -los teléfonos móviles, la tecnología que media las relaciones humanas- para situar su historia «en el universo más simple de una época en la que la gente se miraba a los ojos y sentía algo» y poder así hablar del amor con más claridad. «Situarse en un momento como la Guerra Fría, en que la vida es más básica y tienes que tomar decisiones que pueden cambiar el resto de tu vida ayuda a enfocarte en lo importante», señala.
En esa búsqueda de la pureza encontró otra ayuda, la de la música, un elemento clave que vertebra y acompaña esa historia de amor que empieza con música folclórica polaca y acaba con jazz. «Me encanta la música como elemento dramático, una música desde dentro de la película».
El cineasta recuperó algunos temas de esa música popular que cuestionaba cuando era joven, «porque estaba patrocinada por el Estado» y que ahora adquiere un cariz de autenticidad en un mundo de música digital en plena transformación. Esos mismos temas son los que después aparecen adaptados al jazz en el filme. «Mismos tonos pero distinta música para contar quiénes somos, dónde estamos y la relación de los personajes, unificando la película».
Pese a que parte de los años 50 en Polonia, Pawlikowski asegura que no está interesado en recuperar la historia de su país. «Lo que me interesa es retratar una historia de amor en un ambiente político». También su próxima película será de personajes en un contexto histórico. Porque para hablar de historia, el cineasta prefiere hablar «de su impacto en las personas, de cómo las forma o deforma».
«Los artistas deberíamos pensar en mostrar seres humanos en lugar de ilustrar teorías históricas», señala el polaco, que denuncia cómo el Gobierno actual de extrema derecha de su país está intentando manipular la historia para manipular el presente», en el marco de una deriva populista que afecta también a Hungría, Estados Unidos, Reino Unido y muchos otros países, alerta.
Al mismo tiempo, Varsovia está intentando favorecer cierto tipo de cultura, como se hacía en la época comunista, denuncia. «La tendencia es preocupante y si no luchamos contra esto podría ir a peor», reflexiona este cineasta que defiende las ambigüedades y paradojas que conforman la vida. «No hay una narrativa correcta. Por eso hago películas y no soy político».
Por Raquel Miguel (dpa)