Rotenburg/Berlín, 15 jul (dpa) – Klaus Brünjes corrió la misma suerte que decenas de miles de personas en Alemania. Vivió una niñez y una adolescencia marcadas por los medicamentos y la violencia. «Había que someterse a los mayores», dice el sexagenario sobre su vida en un hogar para minusválidos.
«No había libertad ni autodeterminación, sino sumisión. El que hacía alboroto recibía medicamentos o era llevado a una celda», cuenta. Los niños que no podían hablar eran los que peor la pasaban.
Lo que Brünjes vivió en un hogar de la localidad de Rotenburg, en la región norteña de Baja Sajonia, no es un caso excepcional. El ministerio alemán de Asuntos Sociales calcula que casi 100.000 hombres y mujeres internados después de 1949 en hogares para discapacitados o en hospitales psiquiátricos infantiles fueron probablemente víctimas de maltratos e injusticias.
Poco a poco sale a la luz lo que padecieron muchos discapacitados o pacientes con problemas de conducta en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Fueron golpeados, sedados y usados para experimentos médicos.
El hogar en Rotenburg está indagando en su tenebroso pasado con la ayuda de dos jóvenes científicas y de dos historiadores. Un libro publicado recientemente por este equipo revela que los niños y jóvenes inquietos recibían altas dosis de psicofármacos y sedantes.
La farmacéutica Sylvia Wagner encontró comprobantes de que se había probado en algunos internos medicamentos aún no autorizados para el mercado como remedios para evitar la enuresis nocturna o para reprimir los instintos sexuales de los varones.
Quedó especialmente conmocionada al leer expedientes sobre operaciones cerebrales practicadas en Rotenburg a varios adolescentes con problemas de comportamiento. «Con la operación se trataba de conseguir lo que no se podía hacer con los medicamentos. Así les destruyeron partes del cerebro de forma irreversible», señala.
Según arrojaron sus pesquisas, algunos niños del hogar no eran discapacitados. «Hubo algunos que llegaron de bebé al hogar. Si hubieran sido criados de forma adecuada, hubieran podido llevar una vida normal y plena», dice Wagner, quien analizó los estudios de medicamentos efectuados en hogares infantiles en Alemania occidental de 1949 a 1975.
Wagner indica que los medicamentos fueron utilizados con frecuencia para no interrumpir las rutinas cotidianas. «Se administraron muchos medicamentos», en algunos casos dosis diez veces superiores a las aconsejadas.
El ex paciente Brünjes se acuerda de muchas situaciones en la que los niños recibían medicamentos. «Así se volvían muy dóciles», relata. «Yo recibí pocos medicamentos y nunca estuve en la celda. Traté de adaptarme al máximo». Brünjes se enteró más tarde de que los médicos probaban los medicamentos en los internos.
El historiador Hans-Walter Schmuhl califica de vergonzoso el hecho de que haya pasado tanto tiempo para que las personas con discapacidad fueran reconocidas como víctimas. Dice que la investigación sobre estos casos apenas ha comenzado.
«Hay algunos hogares que ya se han puesto a investigar su propio pasado», indica el catedrático de la Universidad de Bielefeld, quien reconstruyó el día a día en el hogar de Rotenburg a través de entrevistas a antiguos pacientes y a empleados.
«El objetivo era retener a la mayor cantidad de personas contra su voluntad con recursos muy limitados. Había ritos de castigos muy estudiados».
De acuerdo con las investigaciones de Schmuhl, los pacientes eran golpeados con herramientas, algunos eran atados y hasta encerrados.
«Muchas víctimas sufren las secuelas hasta hoy pero otros han conseguido armarse una vida propia con una resiliencia admirable», destaca. Los trastornos de ansiedad o de alimentación eran con frecuencia los efectos de este maltrato. «También hay muchos con problemas para relacionarse con otras personas».
Brünjes, quien enfermó de poliomielitis y hasta los ocho años sólo podía arrastrarse, recuerda: «Algunos recibieron golpes tan fuertes que después no podían sentarse».
Pese al sufrimiento padecido, Brünjes se muestra comprensivo con los cuidadores. «También los empleados tenían problemas. Recibían presión de arriba, de eso nos dábamos cuenta». En la década de 1970 se introdujeron en el hogar las terapias ocupacionales que ayudaron a muchos a tranquilizarse sin necesidad de tomar medicamentos.
También cambió la vida de Brünjes, que hoy camina con férulas. Ya de adulto fue contratado como jefe de un grupo de su propio hogar. Aprendió a leer y escribir y obtuvo un diploma escolar. De chico fue privado de asistir a clases porque durante un tiempo lo tuvieron internado en la sección de discapacitados mentales.
«Lamento profundamente lo ocurrido», dice la gerente del hogar Rotenburger Werke, Jutta Wendland-Park, sobre el turbio pasado de la institución. «Pero estoy contenta de que finalmente se diera voz a todos los afectados. Durante mucho tiempo nadie les creyó».
El año pasado, el Ministerio de Asuntos Sociales, los estados federados alemanes y las iglesias católica y evangélica impulsaron la creación de una fundación dedicada exclusivamente a reconocer y compensar a las víctimas del maltrato en hogares de discapacitados.
Por Helen Hoffmann (dpa)