(dpa) – El reflejo del sol en el revestimiento de placas de titanio se ve entre dorado y plateado. Desde lejos, la estructura parece una construcción de fantasía. La gente la llama «flor metálica». ¿O quizá recuerda más bien a un barco atracado a orillas del río Nervión?
El Museo Guggenheim de arte moderno y contemporáneo es una obra de arquitectura realmente espectacular. La obra de vanguardia fue diseñada por Frank O. Gehry para un concurso que marcó el inicio de la remodelación urbana de la ciudad española de Bilbao.
Después de cuatro años de construcción, el museo celebró su inauguración en 1997. Ahora cumplió 25 años y sigue siendo motivo de orgullo y un emblema de la vieja ciudad industrial.
Esta construcción fue el puntapié inicial para el desarrollo del turismo en la ciudad e hizo que Bilbao pasara de ser una ciudad con una imagen más bien gris a un destino turístico de nivel internacional. Hoy en día, se habla del «efecto Bilbao» para describir «la revalorización de lugares gracias a las construcciones espectaculares de arquitectos», según señala Wikipedia.
«El espectáculo visual de Gehry puso a Bilbao de un solo golpe en el mapa de los turistas afines a la cultura, porque logró hacerse famoso con su imagen icónica, similar a la de la Ópera de Syndey. A esto se sumó el atractivo nombre de Guggenheim», analiza Falk Jaeger, crítico y profesor de arquitectura de Berlín.
Hace tiempo que muchas ciudades intentan «aprovechar el ‘efecto Bilbao’ con construcciones significativas de arquitectos estrella, por lo general museos, de Reikiavik a Graz, de Manchester a Valencia», de acuerdo con Jaeger. «Se logra pocas veces, y en ocasiones fracasa estrepitosamente, como en Lyon, donde se encuentra sobre la orilla del Ródano el Musée des Confluences del arquitecto Coop Himmelb(l)au y solo es una cosa: feo», comenta.
En cambio, Jaeger menciona como ejemplo positivo en constante crecimiento la ciudad noruega de Oslo. «Oslo tuvo un ‘efecto Bilbao’ positivo en 2008 con su ópera (del estudio de arquitectos Snøhetta), multiplicado en 2020 con la Biblioteca Deichmann (del estudio Lund Hagem), en 2021 con el espectacular Museo Munch (del Estudio Herreros) y en 2022 con el Museo Nacional (de Schuwerk y Kleihues), con los que el puerto de Oslo se convirtió en sede de una serie de perlas arquitectónicas», afirma.
Lógicamente, otras ciudades del norte de España quisieron seguir el «efecto Bilbao» simplemente por su proximidad geográfica, con resultados en parte desalentadores. En Oviedo, la pretendida mejora con el luminoso Palacio de Congresos de Santiago Calatrava se hundió en la oscuridad. La ciudad industrial de Avilés tampoco tuvo éxito con el centro cultural del brasileño Oscar Niemeyer.
En estos casos, la arquitectura futurista resultó demasiado apagada y el entorno de chimeneas humeantes demasiado repulsivo. En Santiago de Compostela, la Ciudad de la Cultura de Galicia de Peter Eisenman, cuyas construcciones dispersas se asientan como cuerpos extraños en una colina periférica y desfiguran el paisaje, se convirtió en un símbolo del derroche excesivo de dinero. Casi nadie quiere ir allí, ni siquiera los lugareños, a menos que los estudiantes e investigadores tengan que ir a la biblioteca o a los archivos regionales.
La situación es diferente en la ciudad portuaria de Santander, donde el Centro Botín pone acentos innovadores desde 2017 y fue bien recibido por los vecinos, aunque solo sea como destino de sus caminatas por el paseo de la bahía. La obra del italiano Renzo Piano, que encontró apoyo en el español Luis Vidal, es una enorme estructura partida en dos apoyada en pilares.
Quienes viajen al Guggenheim de Bilbao deben tener cuidado con las falsas expectativas acerca de la meca del arte. El museo cuenta con solo unas pocas exposiciones permanentes, entre ellas un «Ramo de tulipanes» de Jeff Koons, en la terraza junto a los jardines de agua, y colosos de acero del escultor Richard Serra en la galería más larga, de 130 metros. En paralelo suele haber dos a tres exposiciones temporales de calidad variable, que a veces pueden resultar decepcionante.
Durante el último cuarto de siglo se han expuesto motos, coches de época y porcelana antigua de China bajo el paraguas del arte, pero también obras fantásticas de artistas como David Hockney.
El crítico Jaeger afirma que «el radiante edificio tiene sus defectos si se lo mira en detalle y no funciona bien como museo». Considera que la Galería Serra es desproporcionadamente «monstruosa», que los recorridos son «extraños» y que algunos detalles de la construcción no son agradables. El experto ve esto de forma distinta al profano, ya que básicamente no se trata de trivialidades ni de las exposiciones temporales que hay en ese momento.
Lo decisivo es el efecto global. Gehry logró deliberadamente la hazaña de elevar el propio museo de arte a la categoría de obra de arte más importante: una megaescultura de formas angulares y dinámicamente curvadas, simetrías y asimetrías, con elementos de piedra caliza, vidrio y titanio. A día de hoy, su logro sigue despertando reverencias.
Por Andreas Drouve (dpa)